Son muchos los factores que hacen sucumbir a una economía fronteriza. En primer lugar está el factor cambiario, donde la moneda del cliente, en este caso de los brasileños, se desvaloriza en demasía y en consecuencia desaparece la ventaja de comprar en Paraguay. Esa depreciación tiene a su vez sus variables en el vecino país, que son la corrupción y la política, que juntos crean un ambiente de constante inestabilidad económica, que conlleva a una brutal caída del consumo.
Pero la situación esta vez es peor, porque al mismo tiempo capitularon también los grandes negocios fronterizos, como el contrabando de cigarrillo, drogas y de armas.
El último golpe aplicado por la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) en esta ciudad, con la desarticulación de una cuadrilla de traficantes, con el decomiso de 16 toneladas de marihuana y casi 20 vehículos, noqueó a uno de los eslabones más importantes de la economía local.
Los únicos factores positivos en la ciudad que siguen inyectando dinero a la economía local –absolutamente insuficientes– son los recursos estatales administrados por la Municipalidad local y los universitarios brasileños que estudian aquí.
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Esto deja claro que la frontera paraguaya, además de la fluctuación cambiaria, depende en un gran porcentaje del contrabando del cigarrillo, el narcotráfico y sus anexos. Son males que otros gobiernos permitieron que crezcan y se fortalezcan, a tal punto que librarnos de ello hace tambalear a la economía de todo un pueblo.
El Paraguay y su frontera no debe más depender de la ilegalidad. Pero al mismo tiempo de limpiar la basura de las orillas, el gobierno debe ofrecer alternativas financieras tan fuertes o más de lo que ha venido generando la “economía cigarrillera”.
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