Siguiendo diversos criterios, los científicos elaboran diferentes listas de selección, para elegir los inventos o descubrimientos más importantes a través de la historia. Algunos se remontan a citar el fuego, otros la imprenta, otros la electricidad o la máquina de vapor y toda clase de motores, otros la penicilina y más recientes aún las computadoras, los chips, los teléfonos móviles inteligentes, la inteligencia artificial en general, etc.
Por supuesto que en las listas aparece la teoría de la relatividad, la física cuántica, los trasplantes de órganos como el corazón, riñones, hígado, páncreas, la biogenética y la ingeniería genética, incluyendo, cómo no, la clonación, etc.
Todos contribuyen al modo y calidad de vida y muchos de ellos al desarrollo del ser humano en sí mismo con posibilidades de cambios sustanciales en la conservación de la especie humana y el modo de ser humanos.
Los cambios reales y posibles son tan extraordinarios que científicos de vanguardia y filósofos han creado la Asociación mundial de filosofía del transhumanismo. Los transhumanistas se han definido en su “manifiesto oficial”, que en breves palabras podríamos resumirlo diciendo que consiste en “reconocer que se puede utilizar la tecnología para mejorar radicalmente a los seres humanos (como individuos, como sociedad y como especie), así como pensar que hacerlo es bueno. A pesar de que entre los expertos no hay duda sobre el primer punto (se puede), el debate sobre el segundo punto (se debe) es acalorado” (GiulIo Prisco, “Tendencias 21, 2005).
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El famoso intelectual Francis Fukuyama, autor del libro “Nuestro futuro posthumano: Consecuencias de la Revolución Biotecnológica”, en un artículo posterior (Foreign Policy Revue) rechazó las propuestas del transhumanismo como “las ideas más peligrosas del mundo”. Inmediatamente Ron Bailley y Nick Bostrom replicaron con sólidos argumentos defendiendo la posibilidad de perfeccionar al ser humano mediante las tecnologías. El debate sigue abierto y no es mi propósito entrar en él, pero sí es mi intención hacer ver que sea cual fuere la mejor solución científica y ética, el hecho es que los avances científicos y tecnológicos no pueden ser ignorados a la hora de planificar la educación de nuestros niños, adolescentes y jóvenes para el próximo futuro, que ya está entre nosotros y que ellos, hijos y nietos, van a tener en su entorno y ante el que van a tener que reaccionar y tomar decisiones para participar de sus posibilidades de una u otra manera.
Opino que los planificadores de la formación de los educadores profesionales no pueden, no deben planificar como si estos descubrimientos y novedades de las ciencias y las tecnologías no existieran. Estamos en medio de una revolución científica y tecnológica. No podemos seguir enseñando en la educación escolar como si no existiera la física cuántica, por poner un ejemplo. No podemos seguir hablando de una sociedad que ya no existe; no podemos ignorar que los educandos viven inmersos en contextos pluriculturales, que la neurología está empujando a revolucionar la pedagogía y la didáctica, que existen no solo múltiples inteligencias sino muchas más formas de pensar descubiertas por la investigación neurosicológica y neuroeducativa; que no basta que los educadores manejen el pensamiento crítico, porque nunca más que ahora nuestros educandos van a necesitar el pensamiento creativo y sistémico para ser investigadores, emprendedores y productores.
¿Para qué mundo queremos educar a los niños, adolescentes y jóvenes? ¿Con qué educación? La presencia desafiante de la filosofía del transhumanismo nos obliga a pensar y decidir con que filosofía vamos a educar. Capacitar para la vida, educar, no es enseñar un conjunto de disciplinas o asignaturas, una al lado de otra como si fueran autónomas y con contenidos que están lejos de lo que sus respectivas ciencias desarrollan hoy.
Queramos o no, actualizar la educación no es poner parches a lo que tenemos, es por lo menos futurizarla.
jmonterotirado@gmail.com