Varias son las historias que se cuentan allí, que corren de boca en boca, sobre las artimañas utilizadas por los organizadores para lograr tal fin y de esa manera contentar al poderoso para seguir explotando la actividad sin cuestionamientos.
Jinetes adversarios que iban a menos y entregaban la carrera, caballos rivales en condición muy inferior, metros a favor en las salidas y llegadas; en síntesis, una o varias ayudas para garantizar desde la organización, la obtención del resultado esperado.
La jerga política se apropió de la expresión para describir a aquel candidato designado por quien ejerce el poder, y que recibe por ende todas las ventajas y ayudas oficiales posibles para ganar una elección.
En nuestro país, estamos ante la inminente presentación de un nuevo caballo del comisario.
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Y ya de hecho el joven ministro participa hace un tiempo de cuanto acto de gobierno pueda beneficiar la promoción de su figura.
El Presidente no lo oficializa aún porque pretende darle un ropaje de legitimidad a su designación, para luego poder apelar al discurso de haber consultado a la dirigencia de base para tomar tal decisión.
El Presidente sabe, que al igual que él, su candidato no genera un gran rechazo inicial por provenir de fuera del mundo político. Y que, además, ofrece un perfil atractivo para el electorado con bajo nivel de politización, que vota más por la percepción, sensación y empatía que le genera un candidato, que por el análisis de los rasgos débiles de su personalidad, su entorno político o su gestión anterior.
De todos modos, no está de más recordar que la historia de nuestros caballos de comisarios no es precisamente una garantía de éxito electoral.
Cuando el presidente Andrés Rodríguez eligió a Juan Carlos Wasmosy como el suyo, puso toda la maquinaria disponible a su favor. Ni con ella pudo pasar las internas, y es histórico el fraude electoral que tuvo que ser perpetrado para otorgarle la victoria; un pecado original en democracia cuyas consecuencias las seguimos pagando hasta hoy.
A Wasmosy no le fue mejor con el suyo, ya que Carlos Facetti quedó en un cómodo tercer lugar en las internas, ante caudillos como Luis María Argaña y Lino Oviedo.
Luego vino Raúl Cubas, quien se quedó rápidamente sin silla, y el accidental Luis González Macchi, quien más que elegir como caballo a Nicanor Duarte Frutos, fue salvado mediante las negociaciones de este, de ser destituido como presidente.
Duarte Frutos nombró luego a Blanca Ovelar como su candidata, incidentadas internas con Castiglioni y la histórica autocrítica pública de Duarte tras perder las elecciones ante Lugo, de que ni poniendo todas las binacionales al servicio de la campaña pudieron obtener la victoria.
Tras la destitución de Lugo, Federico Franco acompañó con todos los recursos la candidatura de Efraín Alegre. Eso tampoco bastó, ante la emergencia de alguien que llegaba desde fuera de la política y con abultada billetera para correr la carrera.
Al igual que Duarte Frutos primero, y Lugo después, Cartes también quiso ser su propio caballo, pero el masivo rechazo a la reelección, incluyendo al Vaticano y EE.UU., lo hicieron desistir.
El Presidente trabaja desde ese momento para perfilar a su candidato. Lo admitió en Caaguazú.
Un joven técnico, débil políticamente, pero con un perfil más atractivo y vendible fuera que dentro del partido.
Un joven técnico que en sus cálculos le garantiza lealtad y subordinación incondicional.
Rasgos de personalidad buenos seguramente para Cartes, pero negativos para quien puede tener la potestad de tomar decisiones y administrar el Estado.
guille@abc.com.py