El candidato que no podía ganar

Hace poco más de un año, un legislador liberal decía, en una conversación informal, que si Horacio Cartes era el candidato oficial del Partido Colorado en las elecciones de 2013, cualquiera le iba ganar. “Hasta yo”, afirmó convencido.

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Eso fue varios meses antes de las internas coloradas. En aquellos días, el senador Galaverna había revelado en una entrevista radial que Cartes “tenía problemas con el alcohol”. Una mancha más para un aspirante a la presidencia que, tal vez en otro país medianamente serio, no hubiese llegado a disputar ni siquiera unas elecciones primarias.

Alcohólico (según Calé, que lo conocía bien), fumador empedernido (según propia confesión en una reciente entrevista), vinculado al narcotráfico y a personas sospechadas de ese delito (según acusaciones de dirigentes políticos, incluyendo los de su partido), prófugo y luego preso por evasión de divisas (algo que él no niega, aunque dice que fue injusto), etc., etc., etc.

La percepción de que Cartes era un pésimo candidato, porque ofrecía demasiados flancos para ser atacado, no se daba solamente entre sus futuros adversarios electorales. Dentro mismo de la ANR hubo advertencias al respecto, intentos por pararlo y acusaciones muy graves durante el proselitismo interno. Se llegó al punto que, en forma institucional, las autoridades del partido, encabezadas por su presidenta, Lilian Samaniego, instaron a Cartes, por escrito, a aclarar las acusaciones en su contra. Fue luego de la declaración del presidente uruguayo José Mujica sobre el riesgo de que nuestro país cayese en la “narcopolítica”. Como suele decirse, se pusieron el sayo, porque Mujica no mencionó expresamente a Cartes.

No obstante, el candidato fue sorteando todos los obstáculos. Quienes lo promueven, dicen que es por su liderazgo o carisma. Otros afirman que su marcha se da “a billetazo” limpio, aprovechando el vacío de líderes en la ANR y la ambición e inescrupulosidad de los dirigentes que lo rodean.

A esta altura, Cartes es uno de los más firmes aspirantes a ganar la elección de abril. Aquellos que lo demonizaban dentro de su partido optaron por unirse a él, aplicando, parece, eso de “si no puedes con tu enemigo, únetele” y calculando el provecho que pueden obtener si vuelven al poder. Los ataques de sus rivales electorales van perdiendo fuerza, ante la evidencia de que no sirve de mucho hablar sobre antecedentes judiciales o pasados turbios en un país en el que un certificado de conducta intachable se compra a precio de oferta en el Poder Judicial.

Gane quien gane las elecciones de abril, el margen de lo impredecible que pueda ocurrir en el escenario político paraguayo seguirá vigente. Mucho más aún porque la debilidad institucional combinada con la continuidad de nefastas prácticas políticas de prebendarismo y corrupción no se van a terminar en nuestro país de manera mágica.

El descontento, el fastidio y el hartazgo ciudadano puede instalarse de nuevo rápidamente y convertir a cualquier triunfo electoral en una cuestión efímera, tan pasajera como el súbito entusiasmo por candidatos inesperados y sobre los que existen demasiadas incógnitas acerca de su pasado, sus vínculos y sus verdaderas intenciones.

mcaceres@abc.com.py

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