El circo pero sin pan

SALAMANCA. Viendo la forma en que se está realizando en los Estados Unidos la carrera por llegar a la Casa Blanca resulta difícil evitar hacer comparaciones, conscientes de aquello de que las comparaciones siempre son odiosas. Pero no por eso dejamos de hacerlas aunque sea en lo más recóndito de nuestro ser. Este año se ha hecho especialmente notoria por la virulencia de los debates y, sobre todo, por el temor que despierta en muchos –lastimosamente no en todos– que un hombre del que no estamos muy seguros de su equilibrio mental, pueda irse a dormir, todas las noches, con el botón del arsenal nuclear más poderoso de la tierra, abajo de la almohada.

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Los contendientes, Hillary Clinton y Donald Trump, buscan descuartizarse el uno al otro en cada encuentro, mientras el segundo recurre a lo más soez de un lenguaje que, al parecer, le resulta familiar, para destrozar a su contrincante. En el último debate, dijo de ella que es “una mujer asquerosa”. Sus asesores, en lugar de quitar hierro al fuego, dijeron que les parecía bien, pues si Trump pensaba que Clinton es una mujer asquerosa, que lo diga. No está del todo mal recordar que los Estados Unidos es una de las democracias más sólidas desde la declaración de su independencia en 1776 y la adopción de su Constitución en 1787 que sigue en vigencia hasta hoy día con unas pocas enmiendas. La guerra de la independencia fue la primera exitosa en toda la historia de la humanidad y luego ejercería una marcada influencia en los procesos independentistas de los países americanos de habla hispana.

¿Qué nos quedó de todo aquello? Es aquí donde no puedo evitar las comparaciones. Pronto comenzaremos con las campañas proselitistas en vista a las próximas elecciones presidenciales aunque falte, para ello, un año y medio, a lo que hay que sumar todo el esfuerzo puesto desde tiempo atrás para cambiar la Constitución y lograr que el actual presidente, Horacio Cartes, sea releegido por un segundo periodo. Al escuchar hablar del tema es difícil evitar aquello de “Después de Stroessner, otro Stroessner.”

Desde que fue derrocada la dictadura, en febrero de 1989, hemos votado en numerosas ocasiones. ¿En cuántas en realidad hemos elegido? En estos veintisiete años hemos tenido ocho presidentes que tendrían que habernos aguantado cuarenta años, ya que el periodo de gobierno es de cinco años. Pero tuvimos una renuncia (Cubas Grau) y un destituido por el Congreso (Lugo), sustituidos por el titular del Congreso (González Macchi) el primero, y por el vicepresidente Franco, el segundo, que mejor es no recordar.

Viendo la lista de presidentes que tuvimos desde Stroessner a nuestros días, la primera pregunta que nos viene es: ¿por qué la gente los habrá votado? Quizá el único explicable sería Rodríguez en reconocimiento por habernos quitado de encima a Stroessner. ¿Pero el resto? ¿Podría alguien sintetizar cuáles eran las cualidades que les adornaban? Ninguno tenía eso tan importante en política que se llama “carisma”. Ninguno tenía un ápice de gracia. Ninguno era un gran orador. Ninguno era capaz de despertar entusiasmo en las masas. Ninguno tenía una carrera política que les avalara como aspirantes a la presidencia. Casi todos eran grandes empresarios porque la gente piensa que si llevan bien sus empresas llevarían bien el país que es una gran empresa. Que no lo es. El país es un fenómeno político que necesita de un buen político que sepa administrarlo y no de un empresario cuyo éxito muchas veces depende no de su inteligencia sino de una ausencia de escrúpulos. El único con cierta práctica política fue Duarte Frutos, que no se distinguió por su simpatía. Las veces que quiso hacer reír a su audiencia fue haciendo chistes groseros, machistas denigrando a las mujeres de su equipo. Y Fernando Lugo discurseando nunca logró llamar la atención ni de su feligresía al predicar sus sermones desde el púlpito cuando era obispo. Así de desolador es nuestro panorama político.

Ahora se viene el tema de la reelección. Sin entrar a considerar el aspecto legal de la misma, prohibida por la Constitución, salvo una reforma de la misma, alguien podría pensar por qué tendríamos que habilitar ese segundo periodo. ¿Responde a una necesidad real del país o simplemente obedece al deseo de aferrarse al poder porque eso me produce muy buenos dividendos? A esto hemos llegado, al circo de los proselitismos; circo, sí, pero sin nada del pan que regalaba Nerón.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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