El comunismo bien retratado

El presidente Donald Trump tuvo su estreno en la ONU el 19 de septiembre de 2017, un acontecimiento que había suscitado enorme expectación. El peligro saltaba a la vista. Su discurso muy bien podría desencadenar allí mismo, decían, la tercera guerra mundial.

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¿Cómo se comportaría ante el auditorio universal ese individuo semisalvaje con fama de imprevisible, grosero y lenguaraz? ¿A quién o a qué recurrir para contenerlo? ¿De qué manera prevenir el desastre? Los temores resultaron infundados. El hombre no intentó en modo alguno saltarse el protocolo ni abusó del auditorio, tal como hicieran en su momento algunos desconsiderados jefes de Estado o paraestados.

Yasser Arafat no se despojó del cinturón con la pistolera y la pistola ante lo más granado de la diplomacia universal. Nikita Jruschov se sacó un zapato y aporreó sin misericordia el atril del alto foro para demostrar lo enfadado que estaba. Fidel Castro propinó a los circunstantes un discurso de más de cinco horas hasta que algunos no pudieron más y se quedaron dormidos y otros se fueron yendo porque no aguantaban la gana de hacer pis.

Trump, por el contrario, estuvo de lo más comedido para lo que es habitual en él. No lo aplaudieron con entusiasmo como al presidente anterior en su primera cita con la comunidad internacional porque Barack Obama ya había hecho una gira pidiendo perdón a diestra y siniestra y entonado la cantinela comunista de que los males todos del mundo son causa de los Estados Unidos. Eso es lo que le gusta oír a la mayoría de los gobiernos, entregados con fervor al deporte más popular del planeta, que no es el baseball ni el basketball ni el rugby ni el balompié, sino el antiyanquismo.

De manera que a duras penas aplaudieron a Trump tres veces y sin ningún entusiasmo. La primera cuando dijo que su principal responsabilidad era para con el bienestar de sus conciudadanos y que esperaba que todos los jefes de gobierno hicieran otro tanto con los suyos. La segunda cuando se refirió a Venezuela. Y la tercera al final, con algo más de animación tal vez para que el orador se acabara de ir.

Pero cuando se refirió a la vocación suicida del gordito de los cohetes norcoreano, nada. Y cuando criticó el terrorismo musulmán, nada. Y cuando la emprendió con los ayatolás delincuentes, nada. Y cuando fustigó a la organización por tener como vigilantes de los derechos humanos a flagrantes violadores de esos mismos derechos, nada. Y menos cuando blasonó de la Constitución estadounidense, la más antigua y mejor del universo.

Así que los aplausos cuando abordó la situación del corrupto régimen venezolano fueron del lobo un pelo, pero un pelo muy importante porque demolió la excusa que siempre esgrimen los comunistas para explicar los desastres que causan cuando gobiernan: que el socialismo no se aplicó lo suficiente o lo suficientemente bien.

Cuando no es por hache es por be, siempre una circunstancia les malogra la maravillosa gestión que se proponían ejecutar. Si bien las cárceles y los ajusticiamientos no se los malogra nadie. Al cumplirse un siglo de implantado el gobierno de Lenin, la cosecha de muertos de aquel primer régimen comunista y los que vinieron después es pavorosa: 100 millones de seres humanos.

“El problema de Venezuela”, dijo Trump, “no es que hayan implementado pobremente el socialismo, sino que lo han aplicado exactamente como es. De la Unión Soviética a Cuba y a Venezuela”, continuó el presidente, “dondequiera que el verdadero socialismo o comunismo ha sido adoptado ha producido angustia, devastación y fracaso”.

Inmejorablemente dicho. Ahora que chille el dictador del bigotazo Nicolás Maduro. [©FIRMAS PRESS]

*Analista político.

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