El día después

MADRID. Es un problema serio tener que escribir un artículo dos días antes de las elecciones generales y que aparecerá uno o dos días después. Hacer futurología es peligroso. Hablar del cambio climático también. Solo queda un camino intermedio tomando como punto de partida algunos de los hechos que de alguna o de otra manera marcaron estas elecciones generales. Y aquí sí los temas abundan.

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Haya ganado quien haya ganado el domingo último, lo cierto es que el destino que nos espera no es mucho mejor que el que avizorábamos la semana pasada, o la anterior, y si se quiere la tras anterior. Lo único que se vislumbra es ese algo del que ya hablé hace aproximadamente un año: nos estamos dirigiendo a pasos agigantados y con buen ritmo a convertirnos en un Estado fallido. ¿Qué significa esto? Un Estado fallido es aquel en el cual no funcionan las instituciones, ninguna. En el Estado fallido los ciudadanos carecen de cualquier tipo de protección, se encuentra completamente a la deriva, dependiendo de los caprichos y los antojos de quienes pertenecen a ese limitado grupo que ejerce el poder. Peor aún: incluso ese pequeño grupo que tiene la sartén por el mango, está desprotegido en esas luchas intestinas entre quienes desean tener en sus manos una mayor cuota de poder para satisfacer sus deseos, “los más sublimes y los más rastreros” según palabras de Les Luthiers.

Cada vez que se le critica a Nicolás Maduro la falta de democracia que hay en Venezuela, responde que es el país más democrático de América, ya que en no sé cuántos años ha tenido no sé cuántas elecciones. No importan los números porque los resultados están a la vista. Incluso ya todos los países del continente, con excepción hecha de Bolivia y Cuba, le han dicho que no le van a reconocer los resultados de las próximas elecciones que ha convocado como una manera de aliviar las presiones que viene recibiendo a causa de la brutalidad de su régimen.

Aquí la sangre no ha llegado al río... Todavía. Pero las elecciones que hemos tenido no son nada ejemplares, con resoluciones de la justicia que son claramente violatorias de la Constitución, la autorización al presidente Horacio Cartes para candidatarse como senador al igual que Nicanor Duarte Frutos cuando lo que dispone la Carta Magna es que ellos sean senadores vitalicios. Hay que sumarle la utilización indiscriminada de los bienes del Estado en favor del Partido Colorado y hasta la mano de obra puesta por las Fuerzas Armadas como continuación de la época de la dictadura cuando el Ejército no era un ejército al servicio de la nación sino era el ejército de un partido político determinado: el Partido Colorado. Pocos son los partidos políticos en el mundo que se pueden dar este lujo.

El poder causa una borrachera que más que obnubilar la mente y confundirla, como hacen las bebidas alcohólicas, causa un adormecimiento de los sentidos, una especie de estado catatónico donde solo se escuchan las voces de los aduladores. La semana pasada los estudiantes volvieron a salir a la calle para pedir mejor educación, no servicio militar obligatorio como prometió Marito Abdo Benítez, mientras los indígenas, en la celebración de su día, exigieron la anulación de un decreto firmado por el presidente Horacio Cartes que ha abierto las puertas a la depredación de todos los bosques de la república y cuyo principal beneficiado fue el propio mandatario. Al igual que veces anteriores ni unos ni otros fueron escuchados.

Sería bueno recordar que el próximo mes de mayo se cumplen los cincuenta años del “mayo francés”, las revueltas estudiantiles que se expandieron por todo el mundo y terminaron provocando un cambio en la historia el siglo XX. Hay que ser precavido para evitar que “las piedras de la calle hablen”, como dijeron entonces aquellos jóvenes.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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