El fracaso del sistema

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MADRID. “¿Qué está haciendo usted aquí?” fue la pregunta que le hizo el director del colegio parroquial “Rosenstil” de Pedro Juan Caballero, sacerdote Pedro Sanabria, a manera de bienvenida al defensor del Pueblo, Miguel Godoy. Extraña pregunta cuando la respuesta era clara y sencilla: estaba cumpliendo la labor que le ha encomendado el Gobierno y para lo cual le paga un sueldo: defender los derechos de los ciudadanos desprotegidos; aquellos derechos que por un motivo o por otro, no figuran en los códigos ni en las leyes.

El problema surgió cuando un adolescente del noveno grado, al finalizar el ciclo básico como mejor alumno, no fue mencionado el día de la graduación, no se le entregó ningún certificado ni tampoco la libreta con las calificaciones “porque adeuda cuotas”. En resumidas cuentas, la gran víctima de todo este laberinto de responsabilidades y culpas es el eslabón más frágil, inocente y desprotegido de la cadena: el alumno. El gran culpable: el sistema.

El Estado lo único que ha hecho hasta el momento fue demostrar su absoluta inoperancia y la grave incapacidad de cumplir con sus dos grandes responsabilidades: asegurar para todos los ciudadanos los beneficios de la salud y de la educación. No menciono el de la seguridad porque hace tiempo se ha aplazado en esta materia. Así, a la educación que ofrece a través de sus colegios, de un nivel propio no de países del tercer mundo, sino de cuarta o quinta categoría, se le suma el gesto imperdonable de haberse desentendido del tema delegándolo en terceros que en este caso son grupos confesionales. Y lejos de ceñirse a aquellos principios de caridad, humildad, pobreza, solidaridad que son propios de las tres religiones monoteístas que yo conozco, se han decantado por el valor del dinero supeditando su actividad al valor del mismo.

En la fallida entrevista que tuvo con el defensor del Pueblo, el sacerdote le dijo que ya había hablado sobre el tema con el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y que no tenía nada que explicar. Ocupando el cargo que ocupa de director de un colegio, si bien es una institución privada lo que ofrece es un servicio público y necesitamos saber qué es lo ha ocurrido. Mejor dicho, ya sabemos qué es lo que ha ocurrido, lo que debe explicar, en cambio, es por qué adoptó una posición en la que castigaba nada más y nada menos, a un adolescente inocente y que para más honra del mismo, era el mejor de su promoción.

De acuerdo a la Ley 5738/2016, las instituciones públicas y privadas están obligadas a entregar las libretas de calificaciones no importa que existan deudas de mensualidades y matrículas, además de prohibir hacerlas públicas. Cuando se le preguntó al director del colegio “Rosenstil” si conocía el contenido de esta ley respondió de manera despectiva que no lo sabía y no tenía por qué responder “a esta pregunta específica”.

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Tengo un amigo muy cercano que estudió en un colegio religioso. Quiso que su hijo fuera al mismo colegio porque allí escucharía hablar de religión, un tema que nunca se tocaba en la casa. Fue a hablar con el director y cuando le expuso la situación que el chico era hijo de padres separados y vueltos a casar y que el padre era agnóstico, le puso mil trabas para impedirle que el hijo ingresara. Disgustado el padre buscó un colegio laico y allí fue el chico. Hoy día el padre está hecho unas pascuas: el hijo le salió agnóstico, recibió una educación de primer nivel y aparte del castellano salió hablando, de corrido, inglés y alemán. Buena labor.

Lo grave de la situación a la que me refiero más arriba es evidente que los sacerdotes encargados de la educación no solo desconocen las leyes sino también la enseñanzas de su credo. Hay una parábola del pastor que deja a todo su rebaño por ir atrás de la oveja descarriada y traerla de regreso. Hoy resulta que a la mejor oveja del rebaño se le da unos cuantos golpes en las costillas haciendo que vaya por ahí a su antojo porque no puede pagar su cuota. Y las parábolas no importan porque no tienen cuenta en el banco.

jesus.ruiznestosa@gmail.com