No sé si es correcto decir que dos mil trescientos años más tarde la historia se repite, pero al revés ya que aquel interés por el conocimiento, que iba a marcar una civilización a nivel global que se extiende hasta nuestros días, se ha cambiado por el desprecio.
Acabo de ver una película, “El hombre que conocía el infinito” (Matt Brown, 2016) que relata la vida de un matemático indio, Srinivasa Ramanujan que, siendo autodidacta, marcó con sus trabajos buena parte del saber matemático del siglo XX. De familia muy pobre asistió a una escuela igualmente pobre, como correspondía a su casta, en las afueras de Madrás (India) y después de vivir varias peripecias pudo llegar a Londres (abril de 1914) donde comenzó a trabajar con uno de los matemáticos más conocidos de la época, en el famoso Trinity College de la Universidad de Cambridge y frecuentó los mismos espacios de otros genios que pasaron por allí: Francis Bacon, Isaac Newton, Lord Byron, William Fox Talbot, Bertrand Russell, Ludwig Wittgenstein, para mencionar a unos pocos.
El escollo más grave que debió enfrentar Ramanujan, no fueron las barreras puestas por profesores de mucho prestigio que de pronto se sentían humillados por el saber de un joven venido de la India, de un poblado mísero, de una casta baja y, para más inri, de cutis bastante oscuro. También sus propios compañeros. Le pegaron, lo patearon, lo despreciaron. A pesar de todo ello, hubo gente que confió en él y desarrolló teoremas y fórmulas matemáticas. Entre ellas han pasado ya a la historia con su nombre como “los números primos de Ramanujan” y “la función theta de Ramanujan”. De salud frágil, contrajo la tuberculosis y decidió regresar al lado de su esposa con la que se había casado cuando esta tenía solo diez años. En 1919 regresó a India y murió al año siguiente con solo 32 años de edad.
La historia adquiere doble significado en este momento en que se extiende como una horrible mancha de aceite el odio y el rechazo a quienes vienen de otras culturas, a quienes tienen otro color de piel, a quienes tienen diferentes credos religiosos, a quienes son de una etnia diferente a la nuestra, otra idea política. Ese rechazo morboso al otro oculto bajo una simple palabra: xenofobia, nos está apartando de quienes pueden aportarnos no solo conocimientos científicos, sino también una experiencia de vida. Lo estamos viendo por todas partes con la posibilidad clara de que en lugar de ir diluyéndose, vaya adquiriendo mayor cuerpo. Donald Trump es un ejemplo de ello.
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El odio al otro solo ha producido grandes catástrofes humanitarias y ninguna ventaja. España es un ejemplo dramático de ello. El odio provocado por la Guerra Civil (1936-1939) hizo que centenares de miles de españoles buscaran refugio en otros países. Entre ellos los más beneficiados resultaron México y Argentina ya que la intelectualidad se volcó a esos países y enriquecieron sus universidades y su vida intelectual. Lo mismo podríamos pensar del nuestro donde el odio provocado por la dictadura, hizo que más de una generación de intelectuales y artistas terminaran enriqueciendo a otros países y en Paraguay prosperó la mediocridad con las consecuencias que seguimos sufriendo hoy.
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