El otro milagro de Chiquitunga

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SALAMANCA. ¿Quiénes fueron los primeros en llegar al estadio de Cerro Porteño para la ceremonia de beatificación de Chiquitunga? ¿Las autoridades religiosas, las autoridades nacionales, los devotos fieles o los simples espectadores? Pues no. Los primeros en llegar fueron los miembros de la colectividad taiwanesa en Paraguay para conocer y hablar con el adolescente que fue objeto del milagro que provocó la beatificación de esta monja carmelita.

El chico se llama Ángel Ramón Domínguez González. Vive con su madre y su abuela en el barrio Kokue Guasu del departamento de San Pedro en la extrema pobreza. Debido a ello trabaja en sus momentos libres para ayudar al mantenimiento de la casa, como ayudante de albañil y luego se entrega de lleno a sus estudios. Su promedio, sobre cinco puntos, es de 4,5, un resultado notable que muy pocos alcanzan, aun teniendo todos los medios económicos y comodidades a su disposición.

Nació sin respirar y luego de media hora de un tenaz trabajo de reanimación, el aire entró en sus pulmones. Los médicos hablaron de que solo se podía explicar aquello por un milagro. Lo cierto es que el pequeño Ángel pudo vivir. Hijo de padres sordomudos perdió a su padre siendo muy niño y se comunica con su madre por medio del lenguaje de signos, el lenguaje creado para entenderse con personas sordomudas. Ángel quiere estudiar medicina para poder ayudar a quienes lo necesitan. Un deseo difícil de alcanzar si se consideran sus limitaciones económicas y las nulas posibilidades que tiene su familia de costearle unos estudios que son muy caros.

Es aquí donde aparece la colectividad de taiwaneses residentes en Paraguay. Si fueron a visitarlo a aquel remoto rincón de San Pedro, uno de los tantos departamentos olvidados por el Gobierno central, una buena parte de su territorio en manos de la delincuencia del Ejército Popular Paraguayo (EPP) y la otra del narcotráfico, no fue por simple curiosidad sino para ver cómo pueden ayudarlo. Fueron con la mano tendida, no para pedir, sino para dar. Que me perdonen los devotos de Chiquitunga (a quien conocí personalmente cuando el Carmelo estaba al lado de mi casa frente a la Plaza Italia), pero no creo en los milagros. Aunque en este caso si hay que hablar de milagro fue el que haya tenido que ocurrir todo esto para poder rescatar a un adolescente de la pobreza extrema y darle la oportunidad del sueño de su vida: estudiar en la universidad y convertirse en un profesional de provecho para sus conciudadanos.

Y ahora viene la pregunta que me quema desde hace días: ¿Qué hacía mientras tanto el Ministerio de Educación? Pues estaba corriendo atrás del proyecto de Horacio Cartes para violar la Constitución Nacional y así convertirse en senador activo en contra de lo que dispone la Carta Magna. El ministro y las supervisoras y todos los funcionarios para abajo. ¿Sabrá alguien, por si acaso, cuántos otros adolescentes como Ángel hay diseminados por todo el país, inteligentes, despiertos, con afán de superación, deseosos de adquirir conocimientos para poder ayudar algún día a los suyos y a los otros? ¿Se han detenido a pensar que mientras los políticos se ríen de las leyes y se dan la gran vida con el dinero de nuestros impuestos estamos condenando a la miseria y a la ignorancia a miles de jóvenes que podrían estar sirviendo al país? El dinero que hoy se pierde se puede recuperar con algún sacrificio. Pero las generaciones condenadas a la ignorancia no se recuperarán jamás. Ni siquiera con milagros.

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