Había ganado las primeras elecciones democráticas convocadas tras la caída de la oprobiosa dictadura de Alfredo Stroessner contra la cual luchó y había ganado popularidad en los tiempos de lucha sindical en el Hospital de Clínicas. En las elecciones municipales del 26 de mayo de 1991 había derrotado al “caballo del comisario”, al aparato estatal y a toda la estructura del coloradismo empotrada en el poder.
Como jefe comunal, en octubre del mismo año llegó hasta el Cerro Lambaré para derribar uno de los símbolos de la tiranía, del culto al personalismo, del monumento a la corrupción. Afirmó –aquella vez– que la tarea de retirar la estatua de Stroessner era para dignificar Asunción: “Celebro con ustedes un triunfo de la ciudadanía y la civilidad contra la prepotencia y la arrogancia”.
Ni bien la bajó del pedestal, la enorme efigie de bronce, como ya había amigos de la familia Stroessner interesados en su compra, el flamante lord mayor lo mandó a depósito bajo siete llaves.
Finalmente, en julio de 1996, poco antes de terminar su mandato, Filizzola decidió llevar la enorme estatua a su “tumba definitiva” para que nadie, nunca más, la levantara en su jardín, vereda o calle. Se interpretó como una clara señal contra la dictadura y el autoritarismo.
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La escultura fue troceada y puesta en dos bloques de cemento de seis metros cúbicos. La gigantesca mole de hormigón armado que sobresalía, estaba atada con cabos de acero y ganchos “por las dudas” y fue colocada en la Plaza de los Desaparecidos, en honor a todas las víctimas de la tiranía de quienes siquiera huesos se habían hallado.
Los autores del monolito, Carlos Colombino y el Ing. César López Bossio, emplearon –entre otros materiales– 40 bolsas de cemento y diez toneladas de varillas de hierro.
Ese era el Carlos Filizzola que luchaba contra el autoritarismo y renegaba de la dictadura por los crímenes cometidos. Era el que estaba al lado de la ciudadanía e interpretaba el mismo palpitar.
El viernes, escuchamos a otro Carlos Filizzola, al politicastro que defendía lo indefendible, que atropelló la Constitución Nacional junto con otros cómplices, que participó de una sesión paralela hecha subrepticiamente. Quiso “convencer” al pueblo paraguayo de que no había nada irregular y de que no se violaba la Carta Magna. Echó por la borda toda su trayectoria. Como senador del Frente Guasu, borró con el codo su compromiso con el pueblo.
Triste y lamentable espectáculo de alguien que se jacta de ser demócrata y ahora se muestra obnubilado por el poder, quizás nublado por la ambición ajena. De cualquier otro se podía haber esperado.
Ojalá reflexione que, a raíz de la “sesión mau” a la que dio validez, se ha desatado la crispación y violencia en el país. Que como consecuencia de su voto, se ha llegado al punto de incendiar el Congreso y que existe un mártir, un joven, Ricardo Quintana, que fue ejecutado por la policía en la misma sede del PLRA.
Ojalá vuelva a ser el Carlos Filizzola de antes, el que no quería el regreso de la dictadura, el que estaba con la ciudadanía, no el violador de la Constitución, ni el desquiciado por el poder.
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