El retorno a la magia

SALAMANCA. Una familia amish, de los Estados Unidos, acaba de rechazar un tratamiento de quimioterapia a su hija de diez años que padece de cáncer, para sustituirlo por “una medicina alternativa”. Si bien esta es una forma usualmente admitida para cobijar bajo una denominación tan amplia, tan ambigua y tan difusa una serie incalculable de prácticas no científicas, lo cierto es que lo que aquí se quiere disfrazar son prácticas más próximas a la magia, el hechizo y cualquier otro tipo de superchería. Quizá esta niña, víctima inocente de la intolerancia y la obsecuencia del fanatismo religioso, arrastrado durante siglos, registre en los próximos meses una mejoría, pequeña o grande, que se atribuirá a la “medicina alternativa” y se habrá olvidado entonces de la quimioterapia que recibió antes que la cerrazón piadosa fuera puesta en acción.

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Es curioso que no llame la atención, por lo menos en la medida que el caso se merece, que a la par que las ciencias avanzan a velocidad de vértigo y se producen los hallazgos más sorprendentes, la magia y la credulidad lo hacen con el mismo entusiasmo. Las sesiones públicas de sanación, por ejemplo, no importa si están a cargo de un sacerdote católico o un predicador de feria, ilustran esta inclinación hacia la magia que hay que reconocer que no es nueva, que nos viene desde hace varios milenios, desde antes que el primate, antecesor nuestro, se irguiera; pero no por eso es justificable. El pensamiento mágico sigue siendo igual de irracional y primitivo.

Con el nombre de “An Honest Liar: The Amazing Randi Story” (Un mentiroso honesto: La sorprendente historia de Randi) una película documental realizada por Tyler Measom y Justin Weinstein reconstruye la vida de James Randi (Toronto, 7 de agosto de 1928), ilusionista canadiense de fama mundial ganada no solo por sus habilidades “mágicas” sino también por desenmascarar a famosos que se atribuyen cualidades paranormales, Uri Geller entre ellos.

La carrera de Randi comenzó cuando contaba solo con 15 años, en Toronto, al asistir a un oficio religioso, en 1943, en el que un sacerdote decía conocer el texto de cartas metidas en sobre cerrado depositadas por sus fieles en una canasta. Tomaba un sobre y decía: “Aquí David dice que sufre de tal y tal cosa y será curado”. Se levantaba David y reconocía que él había escrito eso. “Ahora veamos lo que dice María, que tiene una hermana gravemente enferma y quiere que intercedamos por su curación”.

Abría el sobre y efectivamente eso decía. El pequeño Randi pidió la palabra, subió al púlpito y mostró cómo se hacía: David, el que reconocía como suyo el texto era un cómplice del sacerdote. Cuando se abría el primer sobre no era el de David sino el de la segunda, de María, cuyo contenido memorizaba y así continuaba hasta la última. Los fieles, en lugar de reaccionar ante el engaño y castigar a quien abusaba de este modo de su credulidad, arrojó a la calle a Randi, por haber descubierto el fraude, y se llamó a la policía para que no le permitiera entrar de nuevo al templo.

No hay lugar a dudas que en muchos males psicosomáticos, entre los cuales incluso se encuentra la parálisis de piernas, estos montajes pueden dar buenos resultados. Yo viví toda mi juventud frente a la plaza Italia en la que no solo se hicieron los primeros experimentos policiales de dispersar manifestaciones con gases lacrimógenos, sino también jornadas de sanación. Todas las noches, durante una o dos semanas, en medio de un insoportable ruido de canciones conocidas como “cristianas”, y gritos de “aleluya”, los ciegos veían y los paralíticos caminaban. Todo en medio de la absoluta indiferencia de las autoridades sanitarias e incluso policiales, que permitían que la gente fuera engañada de esta manera mientras fluían, de manera generosa y voluntaria, las limosnas de los fieles.

Que algún incauto se deje engañar por esos milagros esperando que el ojo bizco se le enderece sin necesidad de ir al quirófano, allá él. Pero no es justo que una niña de diez años sea entregada a la acción terminal de un cáncer porque sus padres optaron por la magia.

Jesús Ruiz Nestosa

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