El sentido de nuestra vida

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A medida que avanza el tiempo, la vida nos exige más actividad, más cosas que hacer para poder sobrevivir y vivir con calidad. El desplazamiento de las civilizaciones rurales a las sociedades urbanas industriales y globalizadas nos embarcó en un dinamismo vertiginoso. Vivimos muy acelerados. Los niños están sobreestimulados e hiperactivos y será difícil encontrar jóvenes y adultos que se den tiempo para estar a solas o acompañados serenamente para pensar, meditar y contemplar.

Vivimos extrovertidos dependiendo de sensaciones fugaces. Gilles Lipovestky dice que estamos sumergidos en “el imperio de lo efímero”, que en la hipermodernidad invertimos mucho dinero en comprar emociones fuertes. Zygmund Bauman califica a nuestra sociedad como “sociedad líquida”, donde nuestros vínculos y compromisos se liquidan, se rompen rápidamente, nuestras relaciones no son sólidas ni estables, son tan escurridizas como los líquidos.

La vida es el mayor don que hemos recibido gracias al amor de la madre y el padre y en su raíz original al amor de Dios. Y cada uno hacemos lo posible por vivirla lo más felizmente posible. Hay quienes luchan duramente por sobrevivir, porque la salud o la sociedad no les han posibilitado las condiciones necesarias para tenerla con suficiente calidad. Hay quienes desorientados la presionan y la arriesgan queriendo que la vida les dé lo que ellos no supieron o no pudieron sacar de ella viviéndola ordenadamente. Infinitos modos hay de vivir la vida, cada uno y la sociedad en que vivimos somos responsables de vivirla bien o de vivirla mal. La responsabilidad de la vida no es exclusivamente unipersonal es además comunitaria, porque todos somos corresponsables de la vida de los hermanos, de los prójimos que encontramos heridos y sufriendo en los caminos de la vida.

Pero no todos esos infinitos modos de vivir la vida tienen sentido, hay vidas sin sentido, vidas que marchan contra la vida, hay vidas amargas y amargadas, hay vidas vividas inhumanamente. ¿Cuándo la vida tiene verdadero sentido? ¿Cuál es el sentido de la vida? 

En este estilo de vida agitada, sobrecargada de estímulos externos, sensaciones, exigencias y actividades, vivimos de espaldas a la mística. Creemos que el pragmatismo utilitarista, el rendimiento inmediato y tangible nos dan el éxito en la vida y nos perdemos las vivencias profundas que brotan de la interioridad, se proyectan en la trascendencia y pueden asomarnos al misterio. Entretenidos y absortos en el cómo vivimos y cómo podemos vivir mejor, nos olvidamos de preguntarnos qué somos, por qué existimos y cuál es el sentido fundamental y el sentido último de nuestra vida.

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Si abrimos los ojos y miramos más allá de nuestro entorno inmediato, si levantamos la vista y observamos nada más que una pequeñísima parte de nuestra galaxia, comprenderemos probablemente que nuestro planeta es una pequeña motita en el cosmos, comparado con los cien mil millones de astros o estrellas que tiene nuestra galaxia, de la cual nuestros grandes científicos solo han logrado tener alguna idea de cien millones de ellas.

¿Cuál es el sentido de nuestra vida si somos un pequeñito planeta de una de los miles de millones de galaxias? Buceando en los millones de años de existencia que tiene la humanidad se descubre una corriente, una energía que la atraviesa a toda ella. Los seres humanos siempre han buscado, han deseado, han vivido (mejor o peor), han gozado, amando y siendo amados. 

La humanidad está cruzada por la energía más poderosa (como dijo Einstein en la carta a su hija), que es el amor. Nuestra vida está llena de vida y sentido cuando amamos y nos sentimos amados, sin amar y ser amados la vida no tiene sentido. Es el amor el que engendra la vida, la alimenta, la educa, la desarrolla y la llena de gozos y potencialidades. El amor lo fecunda todo y todo lo trasciende. 

Por algo para Jesús de Nazaret el amor es su único mandamiento y su único proyecto: “Ámense como yo les he amado y en esto conocerá que son mis discípulos”. Con la mística de San Juan, el sentido de la vida se planifica en Dios, porque “donde hay amor está Dios” y “Dios es amor”. Del Padre venimos y a Él volvemos.

jmonterotirado@gmail.com