El sobreendeudamiento de los campesinos

Algo sorprendente sucedió con las protestas campesinas de las últimas semanas en Asunción. Por primera vez no reclamaron tierras ni reforma agraria integral, sino la condonación de sus deudas. Y este reclamo no estaba limitado a las deudas relacionadas con la agricultura, sino con deudas comerciales.

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Pareciera que dicho reclamo refleja más bien el síntoma de una problemática aún mayor, un sobreendeudamiento exacerbado. Sería como la fiebre de una enfermedad grave no diagnosticada, que probablemente no afecte solo a los campesinos, sino también a muchos otros sectores de la población compatriota.

Si el problema fuera de unos pocos, el problema tendría fácil solución. Pero si el problema es generalizado, asume proporciones estructurales, que requieren mayor análisis.

Da la impresión de que hay cinco elementos en juego. Primero, una total indefensión del consumidor. Al igual que con la crisis inmobiliaria de los EE.UU. en el año 2008, que hizo tambalear al sistema financiero internacional por la grosera y descarada forma en que los bancos hicieron préstamos hipotecarios a familias incapaces de devolverlos, en nuestro país también da la impresión de que entidades financieras y comercios prestan dinero o venden mercadería (motos, electrodomésticos) a personas ya sobreendeudadas. Aquí debería actuar la Oficina de Defensa del Consumidor Financiero, que prefirió llamarse a silencio en esta crisis.

Segundo, los campesinos son víctimas de publicidad engañosa y poco transparente que les induce al error de firmar pagarés impagables. Estas prácticas de venta depredadoras y de cobranza abusivas se benefician de una completa ausencia de educación financiera. Si bien el Ministerio de Educación tímidamente sugiere incorporar conceptos básicos de educación financiera en la malla curricular del segundo año de la educación media, el tema no parece ser prioridad del Estado. El haber refinanciado la deuda de los maestros debió haber llamado la atención al gobierno: si los propios educadores están sobreendeudados, ¿qué sería del resto de la población?

Tercero, contamos con una estrategia nacional de inclusión financiera problemática, impulsada por el Banco Central del Paraguay. Esta pretende facilitar que bancos, financieras y cooperativas presten dinero a la población. Sin embargo, dicha estrategia no busca con el mismo interés que las familias, y mucho menos los niños y jóvenes, puedan ahorrar en el sistema financiero.

Cuarto, nuestro sistema financiero es estructuralmente antipobre. Se da el sobreendeudamiento porque no hay reglas efectivas vigentes que lo impidan ni políticas que protejan al más necesitado. Ni los productos financieros ni los canales de distribución del sistema financiero están diseñados para que no causen daños a los clientes más pobres. Nadie consulta con los clientes pobres cómo diseñar productos financieros no dañinos, y tampoco hay eficientes y eficaces mecanismos de retroalimentación. Ello, sumado a que las tasas de interés y los precios de los productos financieros no suelen ser transparentes. Cuando los campesinos obtienen un préstamo o compran un producto en cuotas, dada la publicidad muchas veces engañosa, ellos poco comprenden las condiciones establecidas en los contratos. Y por si fuera poco, la privacidad de los clientes tampoco es respetada, y los datos de sus cuentas y deudas suelen ser vendidos sin su consentimiento.

Al final, los campesinos son clientes débiles que, por no tener ningún tipo de educación financiera, carecen de conocimientos para analizar su propia capacidad de devolver los préstamos que reciben. En una cultura consumista como la nuestra, la falta de conocimientos es fatal. Como dijo Derek Bok, expresidente de la Universidad de Harvard, “si usted cree que la educación es cara, pruebe la ignorancia”. Un programa educativo efectivo hubiese costado una fracción del subsidio reclamado.

(*) Director Ejecutivo de Fundación Paraguaya.

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