Elecciones

“¿Para qué? ¿Para que se burlen de mí?; si ya está todo definido”, fue la respuesta de un profesional a quien pregunté si concurriría a votar. La situación varió en la recta final, donde mucha gente ya no se dejó preguntar sino preguntó: “¿Cómo es eso del voto cruzado, dónde me toca votar?”...

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No hubo suficiente motivación en la campaña electoral, excepto en las internas del Partido Colorado donde la gente disputó milímetro a milímetro sus propios intereses. Fueron unas elecciones diferentes, sin tanta propaganda agresiva en los barrios, sin barreras de jóvenes en las grandes avenidas tratando de pegar calcomanías, sin tantos gastos como en las anteriores.

Sesenta y cinco por ciento de participación no es mala, pero tampoco es buena para un país donde el voto es obligatorio. Significa que a uno de cada tres ciudadanos no le importa participar, y al no participar renuncian a elegir, al no elegir les da igual lo que se tenga que decidir sobre sus vidas y sus bienes, sobre las oportunidades para prosperar o de continuar en la pobreza.

La abstención electoral es un mensaje del pueblo al cual solo se le presta atención cuando baja más de lo debido, dado que mientras menos sea su porcentaje mayor legitimidad adquiere la democracia. A quienes se abstienen se los arroja al sótano del olvido sin que nadie se fije en ellos. El problema es que ellos constituyen “mayoría” (1.500.000 frente a 1.200.000 del ganador) y con su ausentismo permite que el ganador, cualquiera sea su signo, arranque con baja representación numérica, y por ende con baja credibilidad. ¿Por qué no iría a votar alguien que cree?

Los dos candidatos con mayores posibilidades saltaron a la tarima como defensores de la democracia, sus instituciones y las reglas establecidas, aunque uno de ellos con mayores marcas (literalmente en el cuerpo) para mostrar sus méritos. Uno de ellos con apoyo del partido hegemónico (Marito) y el otro con una alianza liberoizquierdista (Efraín).

Ambos tuvieron aciertos y errores de campaña. Marito se equivocó al volver como si nada a los brazos de Cartes después de haberlo destrozado en las internas y por haberse “envejecido” (según Durán Barba) al aproximarse demasiado al coloradismo y al inevitable stronismo. Efraín por no explotar la impopularidad de Cartes y por no destruir el canibalismo de su interna.

Cualquiera pudo haber ganado con una diferencia muy ajustada. ¿Dónde radica entonces la razón del triunfo de Marito y la derrota de Efraín? Siempre según la percepción de Durán Barba, primero en la imagen de los candidatos: Marito no sabe hablar, pero sabe sonreír, y agregó: se deja conducir por asesores; Efraín no escucha y me dio la impresión de que quiso decir terco, aunque se concentró más en la dificultad de sonreír del candidato. No tuvo buen asesoramiento.

Pero hay elementos perturbadores del sistema electoral que esta vez salieron a la superficie y otros permanecen por debajo, como la falta de seriedad de algunas encuestas y bocas de urna, el apresuramiento del presidente del TSJE en “proclamar” al presidente de la República con resultados extraoficiales, la presencia de manifestantes en las calles sin el suficiente apoyo de documentos para invalidar o torcer los resultados y el manejo anárquico de denuncias a través de las redes sociales que provocan intranquilidad y angustia colectivas.

Hubo fraude –cuándo no– aunque no masivo, pero esta vez las víctimas no callaron: votos que desaparecieron, votos asignados en reparto a otros, inconsistencia entre actas y certificados transmitidos, más todo lo que es posible realizar con la deshonestidad de los funcionarios de mesa, cosas feas imposibles de detectar o asignarles validez en el proceso de juzgamiento que no sea por la vaqueanía de los apoderados.

Todas estas personas de las mesas provienen de dos fuentes: de los partidos políticos y del voluntariado. Entre los primeros, muchos actúan con heridas abiertas y dispuestas a pasar facturas a sus propios correligionarios, reflejando con su actuar el clima canibalístico que se vive al interior de esas agrupaciones, y los segundos sin las agallas para cuidar y pelear sus votos.

El sistema de control mutuo entre los partidos en las mesas parece haber llegado a un punto en que necesita de un árbitro que la Justicia Electoral podría considerar como una probabilidad urgente, o volver a un sistema electrónico más desarrollado y confiable del que fuera desechado. Talento entre los desarrolladores paraguayos existe. Es cuestión de apoyarlos para contar con una tecnología paraguaya.

ebritez@abc.com.py

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