Quizá sea el momento de comenzar a mirar a nuestro alrededor. Lo hice comenzando por la República Checa a raíz de una frase encontrada en un artículo: “Supongo que no me han propuesto para este cargo para que yo también les mienta”. Pertenece al poeta, dramaturgo, político y presidente de Chequia, Václav Havel (1936-2011). Fue el último presidente de la entonces Checoslovaquia (1989-1992) y el primero de la República Checa (1993-2003). La frase forma parte de su discurso de año nuevo de 1990 y fue algo así como el discurso inaugural de su presidencia.
Contrariamente a lo que acostumbran ser los discursos presidenciales, este texto (“Discursos políticos”, Václav Havel, Ed. Espasa Calpe, Madrid, 1994), es un compendio de ideas y pensamientos filosóficos propios de un intelectual como era él, todo lo contrario de los presidentes y políticos analfabetos a los que nos hemos acostumbrado –y resignado– debido a la interminable cadena de personajes que sufrimos a lo largo de nuestra historia.
Hubiese querido transcribir todo el discurso pero el espacio del que dispongo no me lo permite. Aunque sí puedo rescatar párrafos: “Lo peor es que vivimos en un ambiente moral depravado. Estamos moralmente enfermos, pues nos hemos acostumbrado a decir una cosa cuando pensamos otra diferente. Hemos aprendido a no creer en nada, a no prestar atención a los demás y a ocuparnos solamente de nuestra persona”. Y luego agrega: “Nociones como amor, amistad, misericordia, humildad o perdón han perdido su profundidad y su dimensión”.
También hay tiempo para la autocrítica: “Todos –aunque, naturalmente, en grado diferente– somos responsables del funcionamiento de la máquina totalitaria; no hay nadie que sea sólo su víctima; todos debemos considerarnos sus autores”, para concluir: “No olvidemos que la libertad y la democracia significan la participación, y por tanto, la responsabilidad de todos”. “Aprendamos –dice también Havel– y enseñemos a los demás que la política debería ser una manifestación del deseo de contribuir a la felicidad de la comunidad, y no una fórmula para engañar o ultrajar a la comunidad. Aprendamos y enseñemos a los demás que la política no tiene que ser el arte de lo posible, especialmente cuando se piensa en especulaciones, cálculos, intrigas, acuerdos secretos y maniobras pragmáticas, sino que puede ser, igualmente, un arte de lo imposible, es decir, el arte de mejorar el mundo y de mejorarnos a nosotros mismos”.
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En vísperas de elecciones generales, prestémosle atención cuando dice: “No se trata ahora de especular sobre qué partido, club o grupo triunfará en las elecciones, sino de procurar que en ellas triunfen –sin tener en cuenta su filiación– aquellos ciudadanos, políticos o profesionales que moralmente sean más aptos. La política y el prestigio futuros de nuestro Estado dependerán de las personas que propongamos y posteriormente elijamos para nuestros órganos representativos”.
Y finaliza con una frase gloriosa llena de poesía, es cierto, pero cargada de significación filosófica: “¡Tu gobierno ha vuelto a ti, mi pueblo!”.
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