Empresa, trabajo y espiritualidad

Cada día tenemos más experiencias de lo que significa que las tecnologías de la información y la comunicación han roto las fronteras convencionales de las naciones. En segundos, desde casa, nos podemos comunicar verbal, gráfica, auditiva y visualmente con ciudadanos de todo el mundo. Así se han dilatado nuestras posibilidades de relaciones y ha quedado achicado el mundo al eliminarse las distancias para la comunicación. Todo y todos estamos globalizados, y las redes invisibles, pero constatables, nos enredan a todos en la misma malla planetaria.

Cargando...

En este reconocido contexto, el trabajo y, con más razón, las empresas también están profundamente afectados. Las reflexiones, investigaciones y estudio desde las ciencias empresariales sobre el presente y el futuro de las empresas se están multiplicando aceleradamente. Entre estas investigaciones ha surgido con vigor por parte de especialistas la constatación de la necesidad de incorporar en la dinámica de las empresas un factor que no ha sido considerado entre las energías y dimensiones de la empresa y que es un factor verdadera y esencialmente trascendental para construir la naturaleza integral de las empresas y contar con todos los recursos que como seres humanos le podemos aportar para su mayor y mejor éxito. Este factor es la “espiritualidad”.

En nuestra cultura laboral suena extraño vincular la espiritualidad con la empresa, porque estamos acostumbrados a referir la espiritualidad y en general lo espiritual casi exclusivamente relacionado con lo religioso y en todo caso con lo privado e íntimo. Y cuando hablamos de empresa generalmente estamos pensando en acciones externas productivas para obtener beneficio económico y riqueza. En nuestro ambiente cultural ambas realidades, empresa y espiritualidad, parecen incompatibles o, por lo menos, tan distantes y diferentes que nada tienen que ver entre sí.

Pero la verdad es otra. Toda acción humana puede ser realizada con espiritualidad. Una acción es espiritual no precisamente por lo que hace, sino por el cómo lo hace, con qué intención, con qué motivación, con qué propósito. La acción recibe su valoración humana y su calificación trascendente por las causas, fines y vivencias afectivas que la han provocado, y después por sus frutos. Un beso tiene valor si se da por amor, pero el beso en sí y por sí solo no tiene valoración, ya que puede darse por traición, como el beso de Judas a Jesús de Nazaret o por egoísmo del que busca su placer sin amar o por puro rito y compromiso social sin comunicación afectiva alguna.

En la empresa, las relaciones humanas sin espiritualidad son in-trascendentes, se quedan en relaciones funcionales, privadas de la energía dinámica que da proyección transpersonal y transtemporal. La espiritualidad conlleva un racimo de valores, que repercuten en la calidad de los procesos en los que interviene cada miembro de la comunidad empresarial y consecuentemente en la calidad del clima sociolaboral, la calidad de la producción y los productos. Es como la energía eléctrica y el aceite en el motor.

La empresa con espiritualidad se caracteriza o define con diversos rasgos. Hay quien la define así: “Una empresa espiritual es aquella que busca generar una organización que promueva bienestar sistémico tras un sentido trascendente inclusivo, con prácticas respetuosas y amplificadoras de las personas, comunidades y el medio ambiente, y con una repartición equitativa de las utilidades y beneficios del hacer organizacional” (I. Fernández).

Si recurrimos a otros especialistas o instituciones especializadas y sus investigaciones sobre el tema, como “Harvard Business School” o el Instituto Internacional SPES de Bélgica, encontraremos definiciones diferentes con elementos comunes. No es de extrañar dada la riqueza de sentidos que tiene la palabra espiritual. Pero lo importante aquí es destacar que hasta el mundo empresarial está reconociendo que nuestra sociedad necesita construirse y desarrollarse con un concepto y modelo del actuar humano que asuma la totalidad del ser, la persona en toda su integridad.

Para los educadores, sean madres y padres, abuelos o familiares y para los educadores profesionales es vital que transfieran a sus hijos e hijas una propuesta de hombre y mujer que incluya explícitamente el desarrollo de todas sus dimensiones, sin excluir la dimensión más distintiva del ser humano, la dimensión espiritual de su personalidad.

jmonterotirado@gmail.com

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...