En el Día del Periodista

El martes, los periodistas paraguayos festejarán su día en recordación del primer número del semanario “El Paraguayo Independiente”, que se dio a conocer el 26 de abril de 1845. Fue el exitoso proyecto de Carlos Antonio López en su intención de que el Gobierno argentino reconociera la independencia paraguaya. Fue el ilustre nacimiento de nuestra prensa, que habría de andar por caminos espinosos.

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Desde entonces, hasta mucho tiempo después, los periódicos eran controlados por el Gobierno. No había posibilidad de que la ciudadanía se expresara a través de ellos, salvo que las opiniones fuesen enteramente favorables al oficialismo.

Recién en octubre de 1869 –la Guerra contra la Triple Alianza iba llegando a su fin– el Paraguay conoció la prensa independiente con “La Regeneración”, de los hermanos Decoud. También este periódico será recordado por su contribución en el reconocimiento de otra independencia: la de la libre expresión del pensamiento. “La Regeneración” dio a conocer el proyecto de Constitución Nacional según el cual “todos los habitantes de la República” tienen el derecho “de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa”. Posibilitó también que la ciudadanía se organizase en Partidos Políticos. Desde entonces la prensa y los políticos tienen una relación apasionada de amor y odio. Para los políticos, la prensa es un estorbo, sobre todo para los gobernantes. La prensa tiene la misma percepción de ellos.

Por su naturaleza cuestionadora, que es la naturaleza de la prensa libre, el periodismo paraguayo ha pasado por un calvario de represiones que habría de terminar recién, en lo político, en febrero de 1989 con el derrumbe de la última dictadura. A esta dictadura la sustituyó la de la mafia, que se hizo sentir con el asesinato de Santiago Leguizamón. Para que no haya dudas de que el trágico castigo iba dirigido a su labor profesional, le acribillaron el Día del Periodista. Minutos antes de su sacrificio, cuando ya sabía su destino, Santiago dejó esta frase: “Prefiero la muerte física a la muerte moral”. Un raro ejemplo de dación generosa, de entrega total al oficio de informar.

El mismo camino de inmolación habría de seguir después, entre otros comunicadores, Pablo Medina, por iguales motivos: contar las actividades criminales de un poderoso grupo de políticos de la región. Se saldó con su vida, y la de una joven que le acompañaba, la tarea de acercar al público la cotidiana corrupción de las autoridades.

Este trabajo de informar no es para llenar espacio en los medios, pero en la práctica se reduce a ello. Rara vez una denuncia periodística es tenida en cuenta por los funcionarios respectivos. Solo cuando la presión ciudadana se hace sentir con fuerza aparecen algunos fiscales para “investigar” la denuncia. Y ahí termina. No importa lo documentadas que estén las publicaciones. Allí tenemos, para dar un ejemplo de los muchos casos, a los ministros y otros funcionarios del Tribunal Superior de Justicia Electoral. Junto con otros empleados públicos están dejando al país en la calle, pero a nadie se le ocurre aplicar la ley.

Esta inmoralidad en el Gobierno de la República –Congreso, Poder Judicial, Poder Ejecutivo– alienta a la mafia a adueñarse poco a poco del país. Frente a este hecho, el periodismo nada puede hacer en el sentido de que sus denuncias sean escuchadas.

Pero aun así, en este peregrinar tormentoso, tenemos una prensa que con sus luces y sombras procura el protagonismo de la ciudadanía en la vida nacional. A través de las noticias y opiniones pretende que tome conciencia de la gravedad y hondura de la corrupción en todos los niveles de la administración del Estado. ¿Que también hay periodistas corruptos? Es muy posible por aquello de que en “la viña del Señor…”, pero nunca podrán invalidar el trabajo de sus colegas honestos, de esos que con orgullo recordarán su día el martes.

alcibiades@abc.com.py

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