En espera

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La Iglesia paraguaya muestra en gran parte cuánto la han traicionado quienes decidieron servir a Cristo, comprometidos con Él de por vida. El Jesús bueno y misericordioso, el que llegará en Navidad, ha dejado de ser referente de muchos sacerdotes, convertidos en ególatras y cómodos, sotanas que no salen de los templos para evangelizar con trabajo y sacrificio, con cercanía y confianza. No fueron este tipo de sacerdotes los que se alzaron contra tantas injusticias y que incluso pagaron con sus vidas la defensa de la verdad; no son estos los que marcarán en los fieles el camino correcto entre tanta confusión. Para quienes vivimos otras épocas y conocemos la labor de tantos sacerdotes críticos de la realidad mundial, principalmente latinoamericana, es difícil identificarnos con una línea por inercia.

Más allá del rito, que tiene su importancia pero sin obras no vale nada (“La fe sin obras está muerta”, Santiago), está el trabajo con las comunidades, el hacerse pobre con los pobres, el interés por ayudar a encontrar el sentido de la vida en esta sociedad perdida y agonizante. Muchas parroquias se han vuelto un simple lugar de reunión, de terapia; la misa en mucho perdió su santa solemnidad. Dentro de los grupos de catequistas no son extrañas las peleas tipo telenovela. Una mujer me comentaba lo mal que se sentía porque otras del grupo parroquial, según su versión, la querían hacer a un lado. “¿Y por qué no salís, por lo menos un tiempo, para que tu rabia se disipe y puedas pensar y sentirte mejor”, se me ocurrió decir. Determinante, contestó “No. Pero yo quiero seguir yendo”.

Ya no todos los templos son lugares donde uno pueda llegar a cualquier hora a rezar, meditar, estar un momento en silencio. Otrora las puertas de la iglesia estaban abiertas durante todo el día. Un sacerdote me decía en una charla sobre lo aggiornado (coros que aturden, niños que corretean y gritan, fotos de aquí para allá cuando hay bautismos, 15 años, casamientos, etc.): “Le entiendo perfectamente, pero es una línea que entró en Paraguay hace años y difícilmente se vaya. No es usted la primera persona que expresa su descontento por esto. Si puede, cambie de parroquia; si no, tómelo como un martirio”. Qué palabra tan exacta utilizó. Los sermones de los compatriotas no siempre se relacionan con las realidades del país; parece haber temor, falta de preparación de tocar temas candentes. No quiero creer que sea orden superior. Sin lo desagradable de las comparaciones, pero los sacerdotes extranjeros son los que más se animan a llegar hasta el caracú social y llamarlo por su nombre, incluidos los temas sobre las tantas denuncias de abuso sexual en los que otros sacerdotes están involucrados.

Tiempo de Adviento y muchos deseos fervientes de renacimiento parroquial. Aquellos curas sonrientes, caminando a prisa, que muchos recordamos de la infancia: “¿A dónde va, padre?”. Iban a trabajar con familias sumidas en alguna desgracia, iban a llevar alimentos, ropa, esperanza, conciencia. De esos curas, quedan pocos. Desaparecieron. Serán los tiempos que amedrentan. Pueblo paraguayo que ha invocado a su Madre con fervor: que este tiempo renazca el deseo de una Iglesia que se involucren entera, desde el discurso hasta la acción con los sectores que necesitan pan y trabajo.

lperalta@abc.com.py

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