El profesor Teófilo Fleytas Godoy –que así se llamaba el padre de mi amigo– fue el animador de los movimientos artísticos hasta su fallecimiento. Un fallecimiento inesperado y trágico como se daba en los tiempos de Stroessner. El profesor Fleytas se encontraba en su casa, en Villa Morra, sentado ante su inseparable piano. Para su desgracia, se le ocurrió ejecutar la polca “18 de Octubre”. Fue en la tarde del 12 de junio de 1962. La música fue escuchada por un “pyrague”, de esos paladines de la paz y el progreso de la dictadura.
Todavía no se apagó el eco de la polca, cuando varios policías de civil atropellaron la vivienda para identificar al peligroso criminal que había interpretado tan subversiva música. Cuando el profesor Fleytas les dijo que él era el malhechor, recibió un tremendo golpe que le tumbó al piso. “Estoy en mi casa”, ensayó una justificación. “¿Estamos en estado de sitio, no lo sabía?”, fue la respuesta del policía. El profesor sabía que el país estaba en estado de sitio. Ese estado que se abraza con la barbarie, pero no hasta el punto de incluir una interpretación musical que el estado de sitio no la prohibía. Persona informada, el profesor sabía que era aplicable el artículo 52 de la Constitución de entonces, la de 1940: “Si sobreviene alguna amenaza grave de perturbación interior o conflicto exterior” que no era el caso de la ejecución de una polca partidaria, además en un recinto privado.
Pero estas explicaciones ya eran demasiado abismales para un gobierno perverso. El profesor Fleytas fue llevado a empujones hasta la comisaría seccional sexta, donde recibió más golpes de lo ya recibido. Al día siguiente, fue obligado a trotar alrededor de una planta de mango en el patio de la comisaría. Excedido de peso, sexagenario, ya bastante golpeado, dijo de pronto: “De aquí ya no me muevo”. El oficial a cargo de esta nueva tortura le respondió: “Trote o le doy un balazo”. El profesor, abriéndole la camisa ensangrentada le gritó: “Qué le hace una mancha más al tigre. Pegue aquí el tiro”, y le señaló el pecho. El policía, irritado, no le dio la bala prometida pero sí un tremendo golpe con la culata del fusil en el esternón.
Una semana después le dejaron en libertad pero en muy malas condiciones físicas. De la comisaría su hijo le llevó a una clínica donde le asistieron los doctores Isasi Fleytas, Cubillas, Alarico Quiñonez, Saguier Negrete y Paraguaya Martínez. El profesor ya no se repuso. Al poco tiempo falleció en silencio. Es decir, sin trascender a la opinión pública lo que era solo un caso más de los muchos cotidianos.
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“La lucha entre la civilización y la barbarie es permanente”, dice el ingeniero Mozart. Y agrega: “En ciertas épocas prevalece la primera, a costa de sacrificios cruentos. El régimen dictatorial de Stroessner atentó impunemente con la prisión, la tortura, el exilio y la marginación de destacados exponentes de nuestra cultura, militares excombatientes de la Guerra del Chaco, sacerdotes, periodistas, empresarios, etc. Caso patético es el del profesor superior de piano Teófilo Fleytas Godoy”.
En su sepelio le acompañaron altas personalidades de la ciencia y la cultura. Decidieron llevarlo a pulso hasta la Recoleta con el féretro envuelto en la bandera paraguaya como una reparación moral a la tragedia que le tocó padecer.
Han pasado esos largos momentos de casi 35 años, pero quedaron los flecos. Hoy ya no se encarcela ni tortura al artista, pero las autoridades se valen de otra arma letal para expresar su repudio: la indiferencia.
Ya no se viola la Constitución Nacional para silenciar a un pianista, sino para imponer candidaturas y buscar la reelección presidencial. Como en los tiempos de la dictadura, la justicia cierra los ojos y se tapona los oídos para no ver ni escuchar los nuevos procedimientos dictatoriales.
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