Todo sucedió con una velocidad cinematográfica: el atentado en sí, la llegada de la policía, su compleja intervención ya que por un lado buscaban proteger a la gente que a esa hora del día transita relajadamente por Las Ramblas, pero también trataban de averiguar si había más terroristas decididos a actuar; la presencia de los equipos médicos para asistir al centenar de heridos que habían quedado tendidos. Quienes seguíamos los hechos desde la distancia, por televisión, no podíamos evitar comparar todos esos movimientos con los que se hacen sobre un tablero de ajedrez.
A la tarde, los servicios policiales informaban sobre lo ocurrido con una admirable cantidad de detalles, incluyendo el nombre del joven yihadista que había conducido la furgoneta en su criminal carrera. Se tenían ya todos sus datos, los nombres de sus familiares y hasta de los amigos que frecuentaba. Pero había más, el hilo iba conduciendo hacia otros sitios, ya que si bien al comienzo se pensó que era la obra de un solitario desequilibrado, pronto la madeja llegó al municipio de Alcanar a doscientos kilómetros de Barcelona y una casa en la que se estaba preparando un gran atentado con explosivos que se estaban fabricando. Sus cuatro habitantes, que se resistieron a la policía fueron abatidos a tiros. Se insistió en la existencia de un quinto miembro del grupo de quien se pensaba había logrado escapar. Pero esta tarde encontraron sus restos abajo de los escombros de la casa en que vivían en Alcanar.
En el momento en que escribo estas líneas se cumplen un poco más de veinticuatro horas del atentado que no está totalmente resuelto. Pero queda la tranquilidad de saber que hay equipos muy bien entrenados, muy bien preparados, que se encuentran trabajando con pasmosa eficiencia en defensa nuestra, los ciudadanos comunes.
Muchos pueden pensar que lo que voy a decir es un disparate, pero me resulta imposible reprimir tales pensamientos; y son los que trazan líneas de comparación con lo que sucede en nuestro país. Estamos compartiendo el mismo mundo, la misma tecnología, los mismos adelantos y renuncio a decir “los mismos pensamientos”, pues evidentemente no pensamos del mismo modo. Y lo que es peor, actuamos de acuerdo a esas diferencias de pensar lo que nos lleva con frecuencia a situaciones realmente deplorables.
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Mientras a la policía española le llevó no más de veinticuatro horas aclarar un horrible acto de terrorismo, la Policía paraguaya todavía no se dio por enterada que el pasado 31 de marzo fue muerto por disparos de un arma de fuego el joven dirigente del PLRA Rodrigo Quintana, cuando el local partidario en que se encontraba la víctima fue tomado por asalto por la propia policía. La justicia no es que tampoco se luzca, mientras la carpeta del fiscal interviniente anda dando vueltas por cuanta oficina hay en el Poder Judicial.
Esto es nada más que una prueba, el botón de muestra, de la inseguridad en medio de la cual vivimos mientras el Gobierno no hace otras cosas que cantarse loas a sí mismo. Y como si no fuera suficiente, días atrás fue secuestrado un niño de doce años por dos encapuchados en Pedro Juan Caballero, que desde luego no fue rescatado por la policía, mientras el jefe policial de Amambay, Walter Gómez, declaraba a la prensa: “Es importante que la gente tome conciencia de que la seguridad es vida, por eso recomendamos a la gente que tiene posibilidades económicas que tenga guardia privada”. Ya que por motivos inimaginables tenemos que contar con este tipo de autoridades, que se les enseñe a callar, de este modo la angustia que nos invade por la inutilidad, la ineficacia, la incapacidad, la inoperancia de que hacen gala (aunque en ocasiones se enorgullecen de todo ello), tal vez pueda ser ligeramente más soportable.
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