Eramos tan felices...

SALAMANCA. Todavía no pasó mucho tiempo para que la gente se haya olvidado de aquellas pegatinas que aparecieron poco después de derrocada la dictadura: “Éramos tan felices y no lo sabíamos” en alusión a la época en que Stroessner nos tiranizó por casi cuatro décadas. Es evidente que no éramos felices, ni podíamos haberlo sido. Nadie puede ser feliz bajo un sistema en el que los espías del dictador se inmiscuían incluso en nuestros sueños, mientras dormíamos, para saber qué pensábamos de aquel ignominioso “padre de la patria”.

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Hay sin embargo un elemento que podríamos considerar positivo si comparamos aquel régimen con el que nos tiraniza en la actualidad. En ese entonces las reglas del juego eran claras: sabíamos qué se podía decir y qué no se podía decir; sabíamos qué se podía leer y qué no se podía leer; sabíamos qué se podía escribir y qué no. Todo estaba muy bien estipulado. Incluso se sabía quién podía robar y quién no podía hacerlo. 

Hoy día, como se dice en el lenguaje de la calle, el partido se declaró “so’o”, donde cualquiera puede hacer lo que quiere; incluso se puede alquilar un partido político para hacer uso de él a cambio de regalías. No es necesario mostrar el talón del cheque para probar que este o aquel ha cobrado un escandaloso soborno. Es suficiente con ver la casa en que vive, los coches que colecciona en su cochera, las vacaciones faraónicas en los lugares más exclusivos. Personas que hasta meses atrás medraban en insignificantes puestos públicos cobrando el sueldo mínimo, han pasado a nadar en la abundancia, restregándonos por las narices su tren de vida. 

El Partido Colorado que sostuvo la dictadura de Stroessner sin que ello le costara un solo voto no ha renunciado a su ideología totalitaria. Eso de ser “un partido de hombres libres” ha resultado ser una broma de mal gusto ya que se ha mostrado –y se sigue mostrando– dispuesto a respaldar y sostener al dueño de la chequera. Aunque la cosa ha empeorado porque ha encontrado gente, perteneciente a diversas agrupaciones políticas, dispuesta a seguirles el juego con las maniobras más inicuas, infames y perversas que uno se pueda imaginar. 

Con un descaro vergonzoso se ha pisoteado la justicia, se ha dejado de lado la legalidad, se violaron los preceptos de la Constitución y se inventaron reglas para justificar todos estos atropellos. Por primera vez en casi treinta años de democracia –por llamar de alguna manera a este régimen– tenemos asilados políticos en el extranjero: jóvenes del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) que asustados no por la delincuencia sino por el propio sistema judicial del país, decidieron ir a pedir protección a un gobierno extranjero. ¿Tienen razón? Pues el juicio que se le está siguiendo a Stiben Patrón, también del PLRA por un supuesto atropello al Congreso, les da la razón. La justicia, al servicio del Poder Ejecutivo, aniquiladas las barreras de la independencia de poderes, se ensaña con un joven mientras mira hacia otro lado cuando hay que averiguar quién, por qué y quién ordenó que se asesinara a Rodrigo Quintana disparándole por la espalda en la sede central del PLRA. 

Días atrás nos enteramos del despido de varios trabajadores de una cooperativa de Luque que se negaron a asistir a un acto de apoyo al candidato postulado por Horacio Cartes a la presidencia de la República, Santiago Peña. Esta era una práctica habitual durante los años de la dictadura, aunque más se la aplicaba en el sector privado. 

No sé si quienes alientan estos atropellos tienen miedo o no. Pues yo sí. Cuando en un país se producen estos desarreglos, cuando todo marcha dentro de un desorden espantoso, cuando hay unos pocos que son capaces de cometer todo tipo de atropellos y de burlarse de manera tan perversa de los ciudadanos comunes, lo que en realidad se está cocinando es el caldo propicio para que vengan los hombres salvadores, los hombres predestinados que son los señalados por el destino para arreglar tantos desaguisados. Ese fue Hitler en medio del marasmo de la crisis económica del 23; ese fue Musolini que prometió que los trenes entraría en horario a la estación; ese fue Franco que pondría orden en el desorden de la República; ese fue Jorge Rafael Videla o Pinochet que no necesitan ser presentados. Lo triste es que apenas se insinúe la llegada del predestinado, los Lugo, los Aliana, los Samaniego, los Franco, los Llano, correrán a jurarle fidelidad y le rendirán pleitesía.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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