La otra posibilidad es que los delincuentes traten con esto de demostrar la inutilidad de las fuerzas públicas, que ni siquiera unidas en el caso de la Fuerza de Tarea Conjunta –que une a policías y militares– pudieron evitar los secuestros y menos aún eliminarlos.
Si se tratara de venganza sería bueno saber quiénes son los enemigos del EPP ya que en su lista de víctimas no solo hay militares y policías sino también ganaderos, sojeros pequeños productores menonitas, vecinos comunes y hasta adolescentes.
El último “golpe” que recibieron fue de naturaleza judicial con la condena de Rumilda Estela Giménez González, a cuatro años y seis meses de prisión, y de Juana Bernal Maíz a cuatro años. Ellas fueron halladas culpables en un juicio llevado a cabo en Concepción de haber integrado el ala logística del EPP. Nada de esto justifica una venganza ni tiene que ver con las Fuerzas Armadas.
Supongamos que el atentado fue para perjudicar al presidente Cartes en un momento en que el mismo pone todo su esfuerzo en mejorar su imagen política con el fin de lograr el camino a la reelección. Es probable que en el norte la población civil condene directamente a Cartes por el crecimiento y la impunidad con que actúa este grupo así como a nivel nacional se exige viralmente la cabeza del ministro del Interior por lo que ha ocurrido.
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Es difícil creer que el grupo armado del norte gaste su energía en pormenores de la coyuntura política, sabiendo además que para cualquiera está más que claro el pronóstico de desgaste de la figura presidencial a partir del tercer año de gobierno. Sin duda afecta, tanto la credibilidad del ministro como la del presidente, pero difícilmente se podría suponer que con un atentado de esta naturaleza se pueda lograr tal vez más que la cabeza del ministro, ya que sacrificar la del titular del Ejecutivo sería como otorgar un premio a la criminalidad organizada y más violenta del país.
Si se trata de demostrar con el atentado la inutilidad de las fuerzas de seguridad es probable que el objetivo esté cumplido, pero quienes planearon esta acción para llegar a esa meta habrán calculado también (porque serán locos, pero no comen vidrio) que la reacción natural del establishment será la de otorgar mayor presupuesto para una presencia más reforzada de las fuerzas de seguridad en el norte.
Nos queda entonces la hipótesis de que el atentado contra los militares es una acción que busca consolidar un estado de terror, por lo menos en la región para que tenga como consecuencia, en primer lugar, el temor a ignorar como poblador/habitante a este grupo violento, temor a no colaborar aunque sea con el silencio y temor a tan siquiera ser mencionado como delator.
En segundo lugar, temor a integrar las fuerzas de seguridad en la zona, o formando parte de ellas a ser destinados a servir en el norte del país.
El objetivo del método del terror es demostrar que la organización está creciendo, que puede hacer más daños y que nadie puede contra ellos, ni siquiera los más poderosos. A partir de ahí para abajo, la seducción y apoyo brotan como algo natural, y es entonces cuando el combate se convierte en derrota.
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