Final de fiesta en Argentina

BUENOS AIRES. Para un visitante que regresa a la Argentina tras una ausencia de diez meses, es asombrosa la rapidez con la que han cambiado las cosas: la mayor bonanza económica de la historia reciente de este país se ha convertido en una desaceleración aguda, y el optimismo ha dejado lugar a un estado de ansiedad generalizado, que de seguir las cosas así podría convertirse en pánico. La fiesta argentina de los últimos ocho años ha terminado.

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Pese a los apasionados discursos de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en los que afirma que su difunto esposo y ex presidente Néstor Kirchner descubrió un nuevo “modelo económico” que produjo récords de crecimiento del 8 por ciento anual durante gran parte de la última década –un crecimiento que casi todos los economistas atribuyen a factores externos, tales como las masivas compras chinas de las exportaciones de granos argentinos–, por todos lados se ven signos del final del boom.
El índice de popularidad de Fernández ha caído del 63 por ciento tras ganar su reelección en octubre hasta el 39 por ciento actual, según una nueva encuesta de Management & Fit. Aunque su reciente estatización de la empresa petrolera YPF le consiguió un breve repunte en las encuestas, ya hay cacerolazos de protesta en los barrios más pudientes de esta capital.
Lo que es más amenazante para el Gobierno, la mayor unión sindical del país –la CGT, hasta hace poco su aliada– ha iniciado paros esporádicos reclamando un aumento salarial del 30 por ciento, y las organizaciones de productores agrícolas amenazan con huelgas nacionales contra los impuestos que el Gobierno impone a las exportadores de granos.
El tema del día en Buenos Aires es dónde comprar dólares en el mercado negro, y a qué precio. La inflación, oficialmente del 9 por ciento, se estima mayor del 25 por ciento. Temiendo una devaluación del peso, la gente compra dólares en la calle a vendedores del mercado negro apostados en las esquinas, muy apropiadamente apodados “arbolitos”.
Después de varios años en que la presidenta Fernández se jactaba de que Argentina estaba entre los países del mundo que más estaban creciendo, la economía argentina pasará de un crecimiento del 9 por ciento el año pasado a un 2,2 por ciento este año, según las últimas estimaciones del Banco Mundial. Muchos economistas independientes dicen que el país podría terminar el año con crecimiento cero.
“Creemos que tarde o temprano esta historia termina en una gran devaluación”, decía en un reciente informe el economista Javier Kulesz, del banco UBS, y añadía que la devaluación se daría junto con un gran aumento del precio de los servicios, mayor tensión social y crecimiento bajo o incluso negativo. “Estas son cosas con las que los argentinos están familiarizados. Han visto diversas versiones de esa película unas cuantas veces en las últimas décadas”.
¿Por qué se cayó la economía argentina? China no ha dejado de comprar materias primas argentinas, no ha habido ningún tsunami o terremoto que haya destruido la infraestructura del país, y el entorno internacional sigue siendo favorable al país gracias a que los precios de las materias primas siguen siendo relativamente altos.
A juzgar por las docenas de entrevistas que hice aquí la semana pasada, hay una sola razón de la actual declinación argentina, y es la usual: el populismo. El gobierno de Fernández de Kirchner ha regalado dinero a diestra y siniestra, sin pensar mucho más allá de la próxima elección.
De manera semejante a lo ocurrido en la Venezuela de Hugo Chávez, el aumento constante de los subsidios funcionó mientras las exportaciones no dejaban de subir, pero dejaron al país al borde de la quiebra una vez que los precios mundiales de las materias primas pararon de aumentar.
Mientras Chile, tanto bajo gobiernos de centro-izquierda como de centro-derecha, ahorraba en los años buenos para mantener sus programas sociales en los años malos, Argentina hizo exactamente lo contrario: gastó incluso más de lo que podía en los años buenos, sin construir mucho para el futuro. El Gobierno malgastó la mayor bonanza económica del país en casi cien años en subsidios para millones de personas –muchas de las cuales han dejado de trabajar, porque viven mejor de las dádivas del Gobierno que si tuvieran un empleo–, así como también para el transporte y la energía.
Gracias a los subsidios gubernamentales, el transporte en Buenos Aires está entre los más baratos del mundo: un viaje en autobús cuesta el equivalente de 22 centavos de dólar, y un viaje en tren, unos 26 centavos de dólar.
Roberto Lavagna, el ex ministro de economía durante el gobierno de Néstor Kirchner, a quien se le atribuye haber revivido la economía argentina después del default del 2001, estima que los subsidios estatales al transporte y la energía aumentaron de 1.200 millones de dólares a fines del 2005 a 19.000 millones el año pasado.
Aunque el sentido común sugiere que Fernández de Kirchner debería empezar a reducir el gasto público debido a la desaceleración económica, la Presidenta parece estar redoblando su apuesta. La semana pasada anunció un gigantesco plan para dar 400.000 préstamos hipotecarios de bajo interés y construir 400.000 viviendas en el curso de los próximos cuatro años.
¿De dónde saldrá el dinero? De fondos del sistema de seguridad social. El Gobierno dice que el plan creará 100.000 empleos en el sector de la construcción, y contribuirá a reactivar la economía. Los escépticos dicen que el dinero desaparecerá en manos de funcionarios corruptos, como ha ocurrido tantas veces antes, y los futuros jubilados no verán ni un centavo de sus jubilaciones.
“Tienen una visión cortoplacista, y estrictamente política, de la economía”, me dijo el exministro Lavagna. “Y es muy difícil que eso cambie”, agregó.
Lo más preocupante es que un gran número de argentinos, aunque cada vez más escépticos respecto del relato que Fernández Kirchner hace del supuesto nuevo modelo económico del país, no se oponen a un mayor rol del Estado en la economía, dijo Lavagna.
“Hay un estatismo creciente, muy aceptado por la sociedad”, explicó Lavagna. “Las últimas encuestas revelan que los argentinos apoyan las políticas estatistas por un margen de 2 a 1”.
Mi opinión: Todo indica que Fernández de Kirchner culpará al mundo exterior –los medios, Grecia o Washington– de la caída provocada por su propia fiesta económica de los últimos años. Emitirá cada vez más dinero para comprar los votos que le permitan ganar las elecciones legislativas de octubre de 2013 –si es que nos se adelantan– y rezará por una nueva suba de los precios internacionales de las materias primas –que muy pocos consideran probable– para equilibrar las cuentas del país.
Mientras tanto, habrá malgastado la mejor oportunidad que ha tenido Argentina en un siglo de usar su bonanza económica para mejorar los estándares educativos, atraer inversiones para crear nuevas industrias y crear empleos productivos para sacar de la pobreza de manera permanente a millones de personas.
Espero estar equivocado, y que Fernández de Kirchner, durante los 3 años y medio que le quedan de su gobierno, empiece a pensar en el futuro del país con una visión menos cortoplacista y menos ideológica. Salvo una drástica corrección de rumbo, Fernández de Kirchner llevará a la Argentina a su próxima gran devaluación, que será totalmente autoinfligida.
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