Formadores de opinión pública

Una de las tareas que más se exige a los periodistas es la de formar opinión pública; algo que no resulta fácil porque se trata nada menos que de ayudar a pensar, analizar y sacar las propias conclusiones.

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Después del golpe de 1989, en que gozamos de libertad de expresión, tanto los comunicadores como el público tienen libertad de manifestar sus ideas, inquietudes y posiciones sobre diversos temas. Política, economía, sucesos policiales, locales e internacionales; todo se puede debatir; poner los temas sobre la mesa e ir desmenuzándolos de a poquito y con buena letra. Para hablar y escribir sobre ciertos asuntos, se necesita conocerlos en profundidad y no opinar a la ligera.

Por eso, los grandes periódicos cuentan con periodistas investigadores. Cada cual, en su área específica, reúnen muchos documentos para sacar determinada publicación. Cuando se trata de puntos tan serios como la corrupción, sí que se requiere de pruebas. Caso contrario, pueden ir a parar hasta los estrados judiciales. Se conocen casos de demandas por difamación, calumnia o injuria que tuvieron o tienen que afrontar los comunicadores. Ni qué hablar cuando se trata de tocar la vida privada de las personas. Allí, la cosa puede costar muy cara.

Es una gran responsabilidad formar opinión pública. Es algo así como educar e ir sembrando semillas de esperanzas. Y más todavía, si llegara a correr peligro nuestra frágil democracia, hay que poner todo el patriotismo necesario para defenderla a capa y espada. Son en esos momentos supremos que se conocen a los periodistas y de acuerdo a sus reacciones, el público los aprueba o desaprueba.

La audiencia o el lector no es tonto. Aunque no sea de un nivel intelectual muy alto, entiende perfectamente el mensaje y elabora mentalmente su propio juicio. Descubre cuando la información es tendenciosa o mentirosa, ni qué decir de alabanzas o adulonería hacia los personajes del poder, que les resultan sencillamente odiosas e insoportables. Es cierto que nadie es totalmente objetivo, porque cada persona tiene su ideología o su corazoncito. Cada individuo es producto de los libros que ha leído, de las enseñanzas recibidas en el hogar, de los valores éticos, morales y cristianos que le han transmitido y algunos actúan de acuerdo a las circunstancias que les toca vivir.

De los tiempos de estudiantes, se nos quedan recuerdos imborrables de grandes maestros que marcaron a fuego nuestras vidas. Sus consejos de oro señalan como brújulas el camino a seguir. Y esas orientaciones tratamos de cumplir al pie de la letra sin apartarnos de ellas. En aquellas épocas, leímos la carta de Alan White donde nos decía claramente, igual como está escrito en la Biblia, que en nuestras profesiones nos encontraríamos con dos caminos: Uno ancho y lleno de placer y tentaciones y el otro, angosto, lleno de sacrificios y padecimientos. Pero que al final, si optábamos por el segundo, el triunfo iba a ser verdadero, ya que cumpliríamos la misión a cabalidad, sin faltar a los principios éticos.

¿Se enseñan estas cosas a los jóvenes de hoy? Y lo más importante, ¿será que practican? Hoy día, las tentaciones son muchas. Pero para ser creíbles, formando e influyendo en la opinión pública, no solo se necesita de gran preparación intelectual. También se requiere de honestidad de pensamiento y un testimonio de vida coherente con lo que se piensa y se escribe.

blila.gayoso@hotmail.com

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