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Ayer se memoró el nacimiento de Flores, como todos los años en la plaza que lleva su nombre junto al de Manuel Ortiz Guerrero. Había nacido en Asunción el 27 de agosto de 1904. Es la primera vez, desde que los restos del maestro descansan en la plaza desde noviembre de 1991, que Gilberto Rivarola no estuvo en el homenaje de su amigo. Pero tuvo el tiempo justo para sugerir el programa que ayer se llevó a cabo.
A Gilberto se debe la fundación del Ateneo “José Asunción Flores”. Su principal objetivo es el de mantener vivo el recuerdo de su querido y admirado maestro. En este proyecto, el Ateneo hizo posible que se difundiera, mediante nuevos discos, las obras sinfónicas y las guaranias más conocidas de Flores. Tales discos, de una gran calidad, fueron obsequiados a las instituciones educativas del país de forma que los jóvenes pudieran apreciar algunas de las mejores melodías de todos los tiempos. Editó igualmente algunas de las inolvidables páginas musicales del celebrado Herminio Giménez.
También a iniciativa y gestiones personales de Gilberto, el gran teatro del Banco Central del Paraguay lleva el nombre de José Asunción Flores. Pero antes, ya en los tiempos de la dictadura, Gilberto, junto con varios artistas e intelectuales, estuvo en la gestión imposible de que los restos del maestro descansaran en su tierra, a la que tanto amó. Caída la dictadura, se reactivó la comisión de repatriación, esta vez con otra similar en Buenos Aires. Ambas hicieron que en noviembre de 1991 Asunción se vistiera de fiesta para recibir con aplausos y flores a uno de sus grandes hijos, por tanto tiempo postergado a causa del fanatismo ideológico.
A igual que Gilberto, Elvio Romero fue otro de los grandes amigos de Flores. Romero y Flores crearon el poema sinfónico “María de la Paz”, estrenado en 1961 en el Teatro del Círculo de la ciudad argentina de Rosario. Gilberto estuvo en este acto, junto con Jacinto Herrera, Lara Bareiro, Óscar Mendoza, Augusto Roa Bastos, Óscar Clérisi. En esta ocasión se escuchó otra de las composiciones de Flores, “Guyraû”, cantado por Óscar Mendoza. Las glosas, escritas por Roa Bastos, fueron leídas por Jacinto Herrera.
Gilberto recordaba estos versos de “María de la paz”:
De un amanecer / el hombre al cantar / de su corazón / se llena de luz / María de la Paz /
Y el hombre, al latir / de su caminar / clama por tu amor / María de la Paz.
Impactado por estos versos y la música, más el simbolismo de la obra, Gilberto regaló a su hija el nombre de María de la Paz.
Cuando falleció el maestro, Gilberto fue uno de los muchos admiradores que estuvieron aquel 17 de mayo –murió en la víspera– de 1972 en el cementerio de la Chacarita, de la capital argentina. En esta ocasión, Elvio Romero dijo también: “Descansas en tierra extranjera y amiga. Una gran estrella se ha desgajado del cielo del Paraguay y nuestro país entero está huérfano y disminuido por la partida del mejor de sus hijos (…) Sería imperdonable falta a su memoria no señalar que él, paraguayo de verdad, maestro de juventudes, ejemplo para los que vendrán, quiso ver a su patria, tantas veces humillada por tiranos y déspotas de ayer y de ahora, sacudiendo sus cadenas, digna y libre, en paz y en creación, porque la amaba mucho, porque la amaba sin mentiras ni simulaciones, sino con el sangrante dolor del hijo que clama por su madre”.
Se entiende, entonces, la devoción de Gilberto por su entrañable amigo a igual que gran parte del pueblo paraguayo.
Quienes, a partir de ahora, han de tener la responsabilidad de llevar adelante el Ateneo “José Asunción Flores” no podrían hacerlo sin la mirada puesta en las muchas realizaciones de Gilberto como titular de la entidad. Tendrán el enorme desafío de mantenerlo al menos en el mismo nivel cultural, con esta doble función: honrar la memoria de José Asunción Flores y la de Gilberto Rivarola.
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