¡Gracias, maestro Alejandro Encina Marín!

La figura del profesor Alejandro Encina Marín, pese a los años transcurridos, todavía impacta e influye de tal manera sobre los que tuvimos el privilegio de conocerlo en el aula que no solo queda en el recuerdo sus clases de categoría magistral, sino también porque su persona deja un legado de valor, coraje y gratitud. Con su reciente fallecimiento es como si todavía lo viéramos caminando por su querida Facultad de Derecho UNA.

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Distinguían la personalidad de Alejandro Encina Marín. Primero, la disciplina en el aula que imponía por su sola presencia. Pero no provenía de él disciplina autoritaria alguna. Ocurría que escucharlo era un placer e intercambiar ideas con él hacía imposible cualquier distracción. “Ninguna mosca volaba en el aula”, se escuchaba decir entre los jóvenes en los corrillos de la antigua casa de estudios ubicada sobre Palma y Yegros de nuestra capital.

Segundo, su sabiduría lo expresaba con elegancia intelectiva y hasta personal. Todavía lo recuerdo vívidamente apenas abría la puerta e ingresaba al aula colocando su viejo portafolio sobre la mesa y decía: “aquí venimos a aprender y todos lo hacemos, ustedes como el profesor, después de todo se supone que para eso vinimos”. 

Sus conocimientos adosados de fino humor y una seriedad que a veces hasta intimidaba, hacían que le tengamos tanto respeto que las horas en el aula discurrían sin que interese el paso de los minutos. Algunos más osados incluso pretendían detener el inexorable avance del tiempo, con tal de seguir disfrutando de sus conocimientos.

Tercero, el profesor Encina Marín además del probado conocimiento de la ciencia del derecho discurría, como un clásico venido de la antigua Grecia, por las letras y las artes debido a su elevada cultura y dueño de la excelsa virtud de la buena oratoria y de la refinada escritura. Pero no divagaba ni improvisaba; el profesor Encina Marín podía poner en aprietos a cualquiera que, por “vivo” o soberbio, pretendía pasarse de la raya, como mostrando aquello del llamado “piloteada”, hecho que despreciaba con tanta razón.

Cuarto, persuadía con argumentos sobre el Derecho y sus implicancias sobre el ciudadano y la sociedad, de su relación con otras disciplinas y en particular de la historia que tanto amaba y conocía y todo eso con facilidad, elocuencia y profundidad que se disfrutaba de su bagaje cultural.

Fue un convencido del valor de la justicia y del antiguo pero vigente dictum de Ulpiano –no dañar a otros, vivir honestamente y dar a cada uno lo suyo– como en efecto y sin retaceos defendió esos valores en cuanta situación le fue requerida, sobresaliendo su inigualable y tenaz defensa por la libertad de expresión y de prensa.

El Paraguay tiene ciertamente cada vez más docentes, pero menos maestros. Profesor Encina Marín, en este breve ensayo te expreso, y si me permiten los que también te conocieron, un regalo para la eternidad: ¡Gracias maestro!

(*) Decano de Currículum UniNorte. Miembro del Instituto de Desarrollo del Pensamiento Patria Soñada IDDPS. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.

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