Guernika: arte y destrucción

SALAMANCA. Lo que primero atrae la atención es una cabeza de caballo que parece emitir un grito de indignación, los dientes afilados como cuchillos. Abajo, un guerrero muerto, en la mano sostiene nada más que el pomo de la espada, la hoja rota cerca de la empuñadura.

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 Una lámpara, que pende del techo, ilumina tenuemente la escena, ¿cómo saberlo en este gigantesco cuadro pintado en blanco y negro como si fuera el gigantesco cartelón de una feria? En este caso, la feria de la muerte. El hecho que motivó esta pintura, icono de todo el arte del siglo XX, fue el bombardeo de la ciudad de Guernika, en el País Vasco; de ello ayer hizo 75 años, el crimen perpetrado por la aviación nazi enviada por Hitler: la Legión Cóndor. ¿Por qué justamente el cóndor cuando se bautiza alguna misión inhumana, despiadada e irracional como esta o la Operación Cóndor?

El bombardeo de Guernika abrió las puertas en la historia de los conflictos humanos a una nueva manera de combatir: ensañarse con la población civil indefensa. Picasso debe haberlo entendido así pues con su obra dio por concluida una etapa de la pintura que va desde la “Gioconda” (1503-1529) de da Vinci hasta que el artista, ante las noticias recibidas de España, en plena Guerra Civil (1936-1939), decidió encarar la obra que marcó toda la pintura del siglo XX.

El historiador inglés Hugh Thomas, autor de: “Historia de la Guerra Civil Española” (Ediciones Grijalbo, Barcelona, 1970) narra aquel 26 de abril de 1937, cuando a las 4.30 de la tarde tañeron las campanas de Guernika, de no más de 7.000 habitantes, a 10 kilómetros del mar y 30 de Bilbao, previniendo a sus pobladores que se acercaban aviones. Thomas, que conversó con sobrevivientes de aquel episodio, relata que a las 4.30 apareció un bombardeo alemán, Heinkel 111, capaz de llevar 1.500 kilos de bombas, y bombardeó la ciudad. Desapareció para regresar con otros tres aviones de las mismas características y siguieron tres escuadrillas de Junker 52 y cazas Messerchmidt. Los testigos que lograron salvar la vida calculan que eran cincuenta aviones los que, por tres horas seguidas, descargaron sobre la ciudad 50.000 kilos de bombas incendiarias lo que explica el daño causado. Además, los aviones de caza tenían la misión de ametrallar a las personas que vieran huyendo del lugar ( Vol. 2, pp. 675-683). Sobre las víctimas, el cónsul inglés, R.C. Stevenson que llegó al día siguiente del bombardeo, le escribió al embajador inglés en Hendaya: “No pude averiguar el número de víctimas y probablemente nunca se sabrá con exactitud. Unos calculan que han sido mil, otros hablan de más de tres mil”. Transcribiendo lo que le dijo un habitante, continua su informe: “Después de dos o tres incursiones la población fue presa del pánico. Hombres, mujeres y niños salieron corriendo de Guernika ascendiendo por las peladas colinas. Allí fueron ametrallados implacablemente” (op cit. pp. 1054, 1055). Una comisión de investigación nacionalista (bando que comandaba el general Franco) reconoció que el 70% de las casas habían sido destruidas, el 20% gravemente dañadas, imposibles de reconstruir y sólo un 10% había permanecido en pie. El ejército de Franco dijo que el lugar había sido incendiado por los propios habitantes para “despertar lástima” en el extranjero. Los alemanes dijeron que en realidad sólo querían destruir un puente (que quedó intacto) y que todo fue culpa del viento que desvió las bombas y sólo en agosto un militar franquista lo reconoció a un periodista del The Sunday Times de Inglaterra: “Desde luego, la bombardeamos y la bombardeamos, bueno, ¿y por qué no?” (p. 678). Estos acontecimientos relatados de manera tan abreviada fueron los que introdujeron una manera despiadada de acobardar al enemigo, un sistema de ensañarse con poblados indefensos; y también a una obra de arte que cambió el curso de la historia. En su libro “El Guernika de Picasso” (Editorial Nacional, Madrid 1981), su autor F.D. Russell cuenta que en 1940, con París ocupado por los nazis, un oficial alemán, ante la fotografía del “Guernika”, le preguntó a Picasso si era él quien había hecho eso. Y el pintor respondió: “No, han sido ustedes” (p. 202).

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