Hacia una reforma tributaria de fondo

Los recientes cambios en la reglamentación del impuesto a la renta personal (IRP) han convertido a este tributo en una herramienta impositiva de recaudación por las amplias deducciones que ya no tendrán efecto para los contribuyentes incididos.

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Esta importante transformación, sin embargo, se veía venir. Era cuestión de tiempo y es apenas un paso hacia el año 2019, cuando este tributo tenga alcance general. Todavía recuerdo perfectamente al entrañable maestro y amigo Ing. Porfirio Cristaldo Ayala cuando acertadamente dijo: “Son ilusos los que creen en las bondades de este tributo”.

Sucede que la teoría tributaria y la experiencia enseñan que el IRP es un impuesto directo que por su naturaleza incisiva sobre el hecho generador no pretende formalizar, sino afectar de manera contundente sobre el contribuyente. Lo de la formalización siempre fue y seguirá siendo apenas un discurso.

Lo que es muy real es el sentido recaudador del IRP, que, por cierto, recae sobre los que ya se encuentran tributando una inmensa cantidad de dinero en otras modalidades de impuestos como en efecto lo es el impuesto al valor agregado (IVA). No debería sorprendernos sobre lo polémico que resulta el IRP. En su momento, el propio Congreso de los Estados Unidos, en la década de los 90, llegó a la conclusión de que no se puede saber hasta dónde el Gobierno se entromete en cuestiones que son de atribución de los individuos, llevando a la administración a tener que emitir miles de resoluciones hasta contradictorias entre sí.

Afortunadamente en los últimos años se cuenta con nuevas formas de hacer posible una mejor relación entre el contribuyente y el Estado. La conclusión es unánime y en la práctica la eficiencia tributaria se encuentra en afectar lo menos posible el ahorro y la inversión privada, mediante un sistema que igualmente no permita la evasión.

Una alternativa válida a las muy malas reformas tributarias tradicionales que se han llevado a cabo a la fecha consiste en el llamado flat tax o impuesto plano, como en efecto se hizo en muchos países del este europeo, con el cada vez más apoyo de EE.UU. y Europa. El flat tax es un impuesto al consumo que puede sustituir al impuesto a la renta, al valor agregado y a las ventas. No solo aumenta la recaudación, sino también mejora el control en el sistema y ¡formaliza la economía!

Consiste en aplicar una tasa única de impuesto tanto sobre los ingresos netos de las personas físicas como sobre las ganancias netas sobre las personas jurídicas, sean o no con fines de lucro, sean sociedades anónimas o no. Con el flat tax la tasa es única para todos, no hay exoneraciones ni excepciones; no discrimina a nadie ni privilegia a ningún grupo económico o social, cumpliéndose de ese modo con el principio constitucional de la igualdad ante la ley.

El flat tax, a su vez, es un aliado para hacer mejores a las instituciones debido a que como es el único tributo en el sistema evita el permanente desgaste de la administración hacendaria con siempre complejos y hasta cambiantes códigos y resoluciones. Y como el flat tax es simple y único, desalienta la evasión y estimula la inversión.

(*) Decano de Currículum de la Universidad del Norte - UniNorte. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado” y “Cartas sobre el liberalismo”.

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