Intentarán de nuevo engañarnos

No existe claridad sobre lo que se piensa cambiar en el Estatuto Electoral, pero todos se mueven como si lo supieran. Se habla de reforma solo para que se piense que los tomadores de decisiones están en consonancia con las actuales demandas ciudadanas, cuando que en realidad en sus fueros íntimos tienen la predisposición de cambiar algo para no cambiar nada. 

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Todos sabemos que no existe el sistema electoral perfecto. Todos los sistemas conocidos tienen su pro y contra. Pero de lo que nadie duda es de que la necesidad de un cambio llega cuando se comprueba la disfunción del sistema vigente. Si estuviéramos en un juicio diríamos: se le acusa de inservible al sistema electoral paraguayo. ¿Cuál es la prueba? La pésima calidad de la representación política. Condena: efectuar los cambios necesarios para mejorarlo. 

El gran problema es que quienes deben realizar los cambios necesarios son personas que se sienten a gusto y cómodas con el sistema vigente: los parlamentarios, que dependen de sus jerarquías político-partidarias. Y quienes reclaman los cambios están fuera del sistema; en realidad, más que fuera del sistema, se encuentran excluidos y expulsados puesto que no hay forma de disputar los cargos a quienes se adueñaron de las estructuras de selección y sus formas de acceso. 

Todo se reduce al poder de controlar el timonel partidario para confeccionar la lista de los “elegidos”, con los cuales se accede automáticamente al dinero estatal, con escaso o nulo control y se extiende la mano para recibir dinero generalmente negro del sector privado. De nada sirve establecer controles rigurosos sobre la financiación de las campañas electorales donde rige el código de no pisarse la manguera entre bomberos y es una zona liberada de los brazos de la justicia. 

Lo único que cabe hacer es cambiarles el esquema de su teatro de operaciones. Hacer que terminen las listas sábana. 

Es bueno repetir, para que la gente no se deje confundir, que nuestra Constitución dispone (art. 118) que el sufragio “se funda en el voto universal (sin exclusiones), libre (sin ataduras), directo (sin intermediarios), igual (un elector un voto) y secreto (no público)”... La Ley 834/96 (Código Electoral) amplió la naturaleza del voto agregándole personal e intransferible. (art. 4). 

El Código Electoral habla en distintos artículos de “listas completas” y “listas cerradas” para las candidaturas a cargos plurinominales, es decir, para los colegiados. Como pueden ver, lo de listas completas y cerradas es una creación de la ley, no de la Constitución, por tanto, es modificable. 

Por eso en el año 2012, los parlamentarios y partidos políticos intentaron engañar a la ciudadanía dictando la Ley 4662, que habla de las “listas desbloqueadas” para todos los cargos plurinominales (constituyentes, senadores, diputados, mercosurianos y concejales departamentales y municipales). Este método tendría que haber entrado en vigencia en las elecciones de 2013, pero la propia clase política que instituyó esta patraña la volvió a derogar, quedando demostrada de esa forma que se trataba tan solo de una mentira. 

Todos los expertos recomiendan cambiar cuando la cosa no funciona. Se cambió, pero se la volvió a cambiar sin ser aplicada y menos evaluada. Lo correcto hubiera sido poner en práctica esa ley (4662/12) y si era inviable, derogarla y mejorarla. Ya verán cómo los políticos resistirán la posibilidad de volver a esa ley o a cualquier otro sistema parecido, porque ahí radica sus negocios: el elegir previamente a quienes hay que votar. No dar libertad para que los ciudadanos voten directamente a sus representantes, tal como lo exige la Constitución. 

Van a embarullar tanto para que la gente no entienda de qué se está hablando para terminar imponiendo más de lo mismo. No hay que permitirlo. Se debe cambiar el sistema de listas cerradas por el de listas abiertas. En todo caso si no funciona, después volver a cambiar el sistema, porque –recuerden– ninguno es perfecto como ninguno tiene por qué ser eterno.

ebritez@abc.com.py

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