KKK

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SALAMANCA. El abogado blanco Atticus Finch se hace cargo de la defensa de un hombre negro, Tom Robinson, acusado por una mujer blanca de haber intentado violarla. La historia sucede en los años de la Gran Depresión en el pequeño pueblo (imaginario) de Maycomb, Alabama.

Finch logra demostrar la inocencia del acusado a quien salva así de ser linchado.

Más tarde, cuando es trasladado a la prisión de un pueblo vecino, escoltado por dos guardias blancos, Robinson tiene la mala idea de intentar escapar, por lo que sus guardias no tienen otra opción que disparar, matándolo por la espalda.

La historia pertenece al conmovedor libro de Harper Lee “Matar a un ruiseñor”.

Si bien es ficción, lo cierto es que crímenes de esta naturaleza no entran a formar parte de las estadísticas de violencia racista. Teniendo esto en cuenta, las 3.600 víctimas mortales que se cobró el Ku Klux Kan entre 1877, año de su creación, hasta 1950, según el Alabama’s Equal Justice, podrían ser muchísimas más.

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Los últimos asesinatos cometidos por este grupo fueron en 1964 y sus víctimas dos hombres blancos y uno negro por manifestarse contra la segregación racial.

A pesar de ello, en la actualidad hay nada más que una persona encarcelada, con cadena perpetua. Thomas Blanton, en 1963 asesinó a cuatro niñas negras al dinamitar una iglesia en Alabama.

El grupo se hizo famoso en el mundo entero a través de sus siglas: “KKK”, una sola letra repetida tres veces que esconde un derrotero de crímenes y violencia que no han cesado y que se origina en 1877, años después de haber terminado la Guerra Civil (1861-1865) motivada, principalmente, aunque no fue su principal causa, por la abolición de la esclavitud y la liberación de los negros.

Para sus ceremonias visten una túnica blanca y un capirote, bonete cónico, también blanco. Acostumbran a reunirse en las afueras de los pueblos adonde concurren portando antorchas encendidas y cruces de fuego.

El KKK pasó por diferentes etapas, algunas de apogeo, otras de silencio, pero sigue latente. Entre sus últimas apariciones en público está la marcha que realizaron por las principales calles de Washington D.C. en la década del 60 como protesta contra los movimientos que denunciaban la segregación racial y que culminó con el célebre encuentro de más de un millón de personas para escuchar el discurso de Martin Luther King: “Tengo un sueño”.

El KKK no estaba muerto. Simplemente estaba dormido. La carrera a la Casa Blanca de Donald Trump fue la campana que despertó a sus miembros y simpatizantes que no dudaron en darle su apoyo. Aunque el hoy presidente electo de los Estados Unidos buscó desmarcarse de tal apoyo, no realizó ningún gesto para rechazarlo y condenar sus métodos violentos.

El resurgir del grupo no es simplemente un problema de percepción, sino de cifras. El Southern Poverty Law Center ha señalado que de los 72 grupos que existían en 2014 se ha pasado a 190 en el presente año.

El FBI calcula que existen 6.000 “klansmen” (hombres del clan) quienes son los que toman parte activa en esas reuniones en las que se mezclan el esoterismo, el secretismo, la simbología (uniformes, medallas, bandas cruzando el pecho) muy propios de ideologías nazi-fascistas. Las mismas fuentes del FBI afirman que si se contabilizan también los simpatizantes, esa cifra muy bien podría multiplicarse por diez y no se pecaría de exageración.

Estudiosos del tema dicen que en sus orígenes el KKK se dedicó a hostigar a los políticos que apoyaban leyes que, a su juicio, estaban en contra de las tradiciones del sur, sobre todo el sur profundo, blanco y esclavista.

Ya a punto de desaparecer, a comienzos del siglo XX se produjo una oleada de inmigrantes, principalmente judíos e italianos, con lo que el KKK dirigió su lucha contra tales grupos.

La posición de Donald Trump contra los inmigrantes, especialmente latinoamericanos, ha venido a traerle nuevas fuerzas al grupo que ha comenzado a hostigarlos.

Antes, su fuerte estaba en pequeños poblados del sur. Hoy, han avanzado hacia el medio oeste y a las grandes ciudades.

La lucha contra la segregación racial no terminó con Martin Luther King. Hará falta alguien que lo sustituya, con la diferencia que cuando tuvo un sueño había un Kennedy en la Casa Blanca, y ahora habrá un Donald Trump.

jesus.ruiznestosa@gmail.com