La campaña de Sorullo

Ocurrió hace algún tiempo en la Facultad de Filosofía de la UNA. 

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Como todos los años, los movimientos estudiantiles preparaban sus campañas para las elecciones del Centro de Estudiantes. Campañas bastante modestas y artesanales, en las que los propios integrantes de las listas pintaban murales y pasacalles, fotocopiaban afiches y organizaban alguna que otra actividad para recaudar algo de dinero que les permitiese ir solventando los gastos de la campaña. 

Quien conozca esa facultad sabrá que el perfil del estudiante promedio era el de una persona que tenía que trabajar durante el día para poder estudiar por las noches. Y que toda organización de actividades se financiaba a través de alguna “vaquita”. 

Pero ese año había una novedad. Afiches impresos en la mejor calidad, calcomanías de muy buen nivel, pasacalles hechos profesionalmente con letras de molde, volantes de diseño impecable y atractivos trípticos en los que se enunciaban las propuestas de la campaña. 

Todo esto era producto de un nuevo movimiento que irrumpía ese año y pretendía quedarse con la presidencia del Centro de Estudiantes. 

El movimiento tenía como líderes a abogados y militares retirados, gente que por su nivel profesional ya tenía otros ingresos para solventar una campaña. 

Como no podía ser de otra manera, el cierre de campaña fue acorde a las realidades de cada equipo; mientras la perrada organizaba desafinadas peñas y algún que otro bailongo con música puesta por algún amigo de los muchachos, el brioso movimiento apostó fuerte. 

Varios tachos de bebidas con canilla libre y la impactante presencia de un animador de música tropical con su equipo de bailarinas generosamente desvestidas. 

Así, en la misma tarima central en la que la noche anterior se cantaba con melancolía “... y rasguña las piedras, y rasguña las pieeeedras, a mí”, esa noche era escenario de gritos de estribillos dedicados al cornamentoso Sorullo. 

Varios de los más entusiasmados asistentes a aquella fiesta de cierre de campaña prometieron en medio de abrazos a los líderes de ese movimiento su apoyo clave para el día de las elecciones. Y a juzgar por la muchedumbre que lograron reunir los organizadores esa noche, existía una seria posibilidad de que ganen las elecciones. 

Llegó el día D. Cuatro eran los movimientos en pugna. Dos los que disputaron finalmente cabeza a cabeza la presidencia del centro. 

El nuevo movimiento estudiantil quedó último. Cómodo. Con poco más de cincuenta votos. Paupérrimo resultado para tanto derroche. 

La anécdota se sigue hoy contando de tanto en tanto cada reunión, en las que, preocupante característica de la adultez, vamos repitiendo historias con mayor frecuencia. 

Pero la clave de esa elección no estuvo en que los otros movimientos estaban compuestos por querubines, serafines y otros ángeles celestiales, sino en que cada uno de ellos ya tenía un entramado de relaciones que generaba entre sus seguidores una característica de identidad de grupo. Algo que no había logrado este nuevo movimiento que intentó imponer su lógica de campaña. 

La anécdota de aquellas elecciones me vino a la mente al hablar esta semana de las elecciones en Derecho UNA, cuyo resultado ya sabemos. No son nuevos los sorteos de autos, las canillas libres y otros derroches en las elecciones de esa facultad. Los candidatos lo seguirán haciendo porque ese es el estilo que allí les permite ganar una elección. 

La clave está en el electorado. Cuanto mejores y más exigentes electores existan, mejores serán los elegidos. 

Como para recordar también el Elogio de la lucidez, de Saramago, donde la mayor parte de un pueblo decidió votar en blanco como forma de protesta, ante candidaturas y un sistema que no respondía a sus intereses. 

Se llama madurez cívica. Y necesita un proceso.

guille@abc.com.py

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