La caña que va a los caños

El 23 de agosto del año 1973 ocurrió la llamada “primera crisis del petróleo” por la decisión que tomó la Organización de los Países Árabes Exportadores de Petróleo (países miembros de la OPEP), además de Siria, Túnez, Egipto e Irán, de no seguir exportando más el hidrocarburo a las naciones que habían ayudado a Israel durante la guerra que este país había afrontado contra Egipto y Siria, y entre los contrarios se incluía a los EE.UU. y a sus adeptos de Europa.

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A partir de ahí el mundo comenzó a sufrir la secuela de la inflación petrolífera inflacionista y la de no querer tener dependencia petrolífera, pero la economía de los países compradores se vio notablemente afectada y se iniciaron un montón de providencias que aplaquen la dependencia exterior de los combustibles.

Se sabe que el planeta Tierra se mueve en rotación durante las 24 horas y en el año cumple su traslación moviéndose alrededor del Sol. Y dentro de este planeta todo se mueve en función de la industria petrolera. Nos vamos y regresamos al trabajo y a nuestras casas con nuestro vehículo, la agricultura mecanizada nos ayuda a comer, el alimento viaja enormes distancias y todo se mueve en función de los combustibles que hasta vuelan los aviones y los buses chatarras en el Paraguay.

Con la intención de buscar sustitutos a la crisis ocurrida en aquel año, el Paraguay no quedó tan atrás en tener su combustible con la producción y el uso del etanol para los vehículos alcoholeros. Lo mismo ocurrió con las investigaciones ocurridas con el mbokaja, la grasa animal y vegetal y de otra materia prima que puedan mover los motores gasoleros. Pero como estamos en el Paraguay, todo sigue a nula o media marcha.

Y para continuar a media marcha, el 27 de octubre de 1980 fue inaugurada la planta alcoholera de Petropar en la localidad de Mauricio José Troche, un distrito guaireño de apenas 63 km² y un poco más de 10.000 habitantes dedicados a la producción de la caña de azúcar, el ao po’i y el almidón de la mandioca. La planta comenzó siendo dirigida por la Administración Paraguaya de Alcoholes (APAL) y luego pasó a Petropar.

Desde la distócica parición de la planta alcoholera, su marcha ocurrió embarazosa, ya que solamente dio embarazo a muchos reverendos sinvergüenzas que se instalaron en esa perdidosa planta industrial, que, en vez de ser una planta industrial, es una industria que pierde plata. Muy pocos de sus directivos se salvan de esta “mención de honor”.

Desde el año 1980, esta planta de Troche se convirtió en un acorazado bastión de colocación partidaria y gestora de directivos que deben ir a parar en la cárcel como ocurrió con muchos de sus directivos. Uno de sus directores, hoy con sentencia de cárcel, se chupó 4,7 millones de guaraníes por una planta de fertilizantes que para nada sirve hasta hoy. Toda vinaza que se produce en una planta alcoholera es un alto fertilizador del suelo y feroz contaminante del agua. La planta se dedica a contaminar el río Tebicuarymí para después echar la culpa al ingenio de Azpa.

Esta planta permanece más paralizada que trabajando, sus rendimientos son risibles, y de cada tonelada de caña –dicen sus directivos– salen 57,3 litros de alcohol, cuando se estima que no llegan ni a 50. En el Brasil consiguen más de 70 litros de etanol/ton. de caña. El costo de cada litro estaría en G. 8.500, y en el sector privado eso cuesta G. 2.800, diferencia que debemos pagar todos los paraguayos. Pagan G. 160.000/tonelada de caña, mientras que en el resto del país se abonan G. 110.000/ton. No está mal pagar esa suma a los sacrificados cañeros, pero encarece los costos finales. Solamente los gobiernos podridos y populistas pueden seguir endulzando la vida de los corruptos políticos partidarios de Troche y alcoholizar a todo el resto sano del Paraguay...

caio.scavone@abc.com.py

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