La sempiterna madre de todos los gobiernos autoritarios continúa siendo la corrupción. Los regímenes militares de los años 60 y 70, y los más recientes gobiernos “bolivarianos” de Sudamérica han sido infiltrados y erosionados por los grandes negociados a costa del Estado.
Los inesperados cambios políticos experimentados en Brasil y Argentina también tienen una causa común: la corrupción en que incurrieron sus anteriores gobernantes, presididos por Dilma Rousseff y Cristina de Kirchner. Los sobornos a altos funcionarios públicos por parte de la petrolera Odebrecht motivaron la destitución de la presidenta brasileña. Los escandalosos negociados de las autoridades argentinas con el empresario Lázaro Báez contribuyeron a la derrota electoral del partido kirchnerista.
Nuestro país puede experimentar conmociones sociales derivadas de las ambiciones de dinero y poder. El deseo irrefrenable de apropiarse del gobierno o de retenerlo obedece a la intención de controlar el flujo de dinero de las arcas estatales y la posibilidad de hacer grandes negocios a través de la contratación de bienes y servicios públicos.
En los procesos tambaleantes hacia la democracia, como en nuestro país, no se respetan la Constitución, la división de poderes del Estado ni las leyes vigentes; quienes tienen el control político y, además, poseen grandes recursos económicos, creen que pueden hacer lo que quieran, incluyendo la violación de la Carta Magna.
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El conflicto se desata cuando hay sectores ciudadanos, organizaciones políticas y medios de comunicación que defienden un modelo de país ajustado al estado de derecho. Aunque no tenga el mando sobre la policía ni los militares, la ciudadanía con conciencia cívica y apego a los ideales del sistema democrático se erige como muralla humana contra los atropelladores de las instituciones republicanas.
Es una lucha desigual, porque la fuerza pública y las armas están de un lado, mientras que del otro solo hay piedras, banderas, cánticos de “Patria querida” y los ideales demócratas.
Sin embargo, los corruptos no pasarán; los que vendieron su conciencia tendrán que hacer frente a la justicia y a la historia, más temprano que tarde. Los paraguayos ya hemos sufrido tanto durante los años de la dictadura stronista que no merecemos ni debemos permitir el retorno de sistemas de gobierno en los cuales el Poder Ejecutivo imparte las órdenes, mientras senadores, diputados y jueces solo se agachan servilmente ante el dueño del poder.
Necesitamos defender y respaldar a nuestra débil democracia, con sus defectos y limitaciones. No se trata de apoyar a este o aquel dirigente opositor u oficialista disidente. Se trata de no caer en el precipicio de gobiernos personalistas y autoritarios que creen estar por encima de la ley y de los principios democráticos.
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