La edad de piedra

En su edición del miércoles el diario ABC Color nos cuenta que José Miguel Torres Espínola, hijo del ministro de la Corte Suprema de Justicia Raúl Torres Kirmser, “cobró G. 72 millones de viáticos por acompañar a su papá” en el 2015.

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Todos los meses –agrega el diario– cobró por el mismo “trabajo”, menos en junio en que la Corte le pagó viático por G. 16 millones más una bonificación de G. 3.500.000 para ir “a un curso de especialización” en España.

De acuerdo con los documentos a los que accedió el diario, entre los viajes de Torres Espínola figura una estadía de 22 días fuera del país “y pese a su ausencia hacía horas extras”.

Pero aquí no termina la historia: Otras dos hijas de Su Excelencia, María José Torres Ferreira y Valeria Torres Espínola, también fueron “asesoras y coordinadoras” en la Corte. Valeria renunció cuando saltó a la opinión pública la noticia de un claro nepotismo.

Sigue la historia: Los guardias de la Corte hacen de chofer a los hijos del ministro, José Miguel y Valeria. “Los custodios fueron retribuidos con cargos para sus cónyuges y familiares en el Poder Judicial”.

No hace mucho, la ministra Bareiro fue denunciada por utilizar siete vehículos de la Corte. La ministra reaccionó de inmediato para que no se ande con chismes por ahí. Muy enojada dijo: “Solo utilizo cuatro automóviles”.

Ya a nadie llama la atención –y esta es una situación muy peligrosa– que el dinero público vaya sin descanso a la corrupción.

Es increíble la facilidad con que se dispone del presupuesto del Estado para la buena vida de quienes ya la tienen por su cargo y por su salario.

No hay un mínimo de decencia, de decoro, de vergüenza para ejercer con alguna dignidad el cargo público. Se supone que la función de ministro de la Corte Suprema de Justicia –aunque sea de nuestro país– debe ir acompañada de una conducta ejemplar. Un magistrado que desangra el erario, que comete actos de corrupción, ¿qué autoridad tiene para castigar a otros delincuentes cuyo delito, tal vez, sea mucho menor que el de su juez?

Siempre hubo, desde luego, magistrados delincuentes como siempre hubo también, en contraste, quienes cuidaban la delicadeza de su investidura. Pero en estos últimos tiempos –¿30, 40 años?– es un azote imparable la corrupción que crece con la impunidad.

En cualquier país mínimamente organizado un ministro de la Corte Suprema de Justicia, envuelto en actos claramente delictivos, ya estaría preso o por lo menos fuera de sus funciones. Tenemos que esperar que cumplan 75 años de edad para verlos partir. La otra posibilidad es el juicio político, pero ya sabemos de esa cooperativa de ayuda mutua entre políticos y magistrados.

Y mientras tanto, mientras lleguen los 75 años de edad, seguiremos asistiendo a los más escandalosos hechos de nepotismo, de utilización irregular de los recursos del Estado. Y mientras tanto, también, muchas de las escuelas seguirán siendo una ruina porque no hay recursos para levantar aulas ni cambiar los mobiliarios.

Nuestro problema no es la pobreza, es la corrupción. Y cuando esta cae sobre el país desde el mismo Poder Judicial, seguiremos padeciendo sus devastadores efectos.

Pero no siempre ha sido tan preocupante. Hubo momentos en que la Corte Suprema de Justicia fue honrada, respetada, aplaudida. El abogado César Báez Samaniego nos cuenta en su libro “La edad de oro de la justicia paraguaya (Edit. Continental, 2011) muchos acontecimientos que hoy han desaparecido. Realizó entrevistas a quienes habían ocupado, hasta 1959, altos cargos en el Poder Judicial. El Dr. Enrique Bordenave –editorialista del diario ABC Color– recuerda que en su tiempo de magistrado, los miembros de la Corte Suprema de Justicia, que eran tres, tenían asignado UN automóvil para TODOS ellos. “Ese auto con el chofer –dice Bordenave– los iba a buscar por la mañana a los tres y los llevaba de vuelta a la casa al mediodía. Me acuerdo todavía de la imagen: el chofer adelante y los tres ministros, apretaditos, sentados en el asiento trasero”. Hoy un solo ministro, o ministra, tiene cuatro vehículos mantenidos con el dinero de los contribuyentes.

También recuerda Bordenave que en su juzgado, en vez de nueve funcionarios, eran solamente cuatro. Y no era por falta de presupuesto. “No había interesados”. Hoy son los que más abundan. Tanto, que un padre encuentra sitio para sus tres hijos a quienes se les paga horas extras aun estando ausentes. No, no es la edad de oro de la justicia paraguaya. En el mejor de los casos, la edad de piedra.

alcibiades@abc.com.py

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