El artículo 75 de la Constitución Nacional resume el sentir de nuestras culturas y la vigencia del derecho internacional: “La educación es responsabilidad de la sociedad, y en particular recae en la familia, el municipio y el Estado”. Este derecho y deber son inalienables. Porque además de ser derecho y deber de los padres, es derecho de los hijos ser educados por sus padres.
¿Qué puede hacer la familia hoy para educar a los hijos cuando ella misma está amenazada por diversas crisis? ¿Qué puede hacer cuando sus crisis tienen raíces en su intimidad y en una sociedad y contexto universal sumergido en incertidumbres y en agitado vértigo de cambios y crisis ininterrumpidas?
Erich Fromm ponderó las modernas “dificultades para amar” y el “miedo a la libertad”; Gilles Lipovestky dice que vivimos bajo “el imperio de lo efímero”; Zygmunt Bauman en “Modernidad líquida” nos describe la liquidez de nuestra sociedad, en la que “el individualismo marca nuestras relaciones y las torna precarias, transitorias y volátiles”.
Como dicen los comentaristas de Bauman, la modernidad líquida es una figura del cambio y de la transitoriedad: “los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran; mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen”. El empleo laboral, por ejemplo, no tiene la solidez de la estabilidad, porque la mecanización, robotización y computarización, entre otros avances científicos y tecnológicos, exigen una flexibilidad y desplazamiento de trabajadores que hacen líquido el compromiso laboral y dificultan la previsión del futuro.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
En este contexto de vínculos líquidos, la familia se ha convertido en una “relación pura”, donde cada “socio” puede abandonar al otro a la primera dificultad”. El amor se hace flotante sin responsabilidad hacia el otro. (Bauman, 2004; Vásquez Rocca, 2008).
A lo dicho sobre el contexto se suma el pluralismo y el impacto en todos de la información y comunicación virtual que nos integran en el inevitable pluriculturalismo.
No hace muchas décadas los mensajes y visiones del mundo y de cuanto existe, que recibían los hijos, procedían solamente de la familia, de los vecinos conocidos y después de sus maestras en la escuela. Hoy cada niño llega a la escuela con cientos de horas de televisión y muchos de ellos, cada vez más, con información y comunicación por celulares inteligentes, de donde reciben lo que los padres y maestros no saben qué es ni de dónde procede.
La motivación alienante de la sociedad consumista obliga a los padres a trabajar fuera del hogar y no poder dedicarse a la educación de los hijos. La educación de la familia, la autoridad de los padres (que ya no son los únicos autores del mundo informativo y persuasivo en los hijos), se ha debilitado extraordinariamente. Por otra parte, las características de este tipo de vida y sociedad líquida, por sus constantes cambios, demandan pedagogías familiares actualizadas, lo que no es posible que los padres alcancen porque difícilmente encuentran tiempo y quizás más difícilmente encuentren quienes les ayuden a capacitarse para ejercer competentemente su responsabilidad educadora.
Nunca más que ahora la familia ha necesitado ayuda para poder cumplir su misión. Nunca la familia se ha sentido tan indefensa. ¿Qué puede aportar la sociedad toda, la gran matriz responsable de la educación, a la familia? ¿Qué puede y debe hacer el Estado obligado subsidiariamente a ayudar a la familia para educar a los hijos? No basta ofrecerle escuelas, porque jamás la escuela podrá suplir el rol vital, los vínculos y relaciones entre hijos y padres.
La sociedad cuenta con organizaciones y asociaciones nominalmente pensadas para esto, pero sus actividades necesitan un replanteamiento para responder a esta urgente necesidad. El Estado no se puede contentar con legislar, sobre todo cuando se trata de familias en situación social y económica de inequidad.
jmonterotirado@gmail.com