La fábula del inquilino

Esta es la fábula del empresario que tomó en alquiler, por cinco años, una propiedad para trabajarla. El negocio le fue tan bien que al aproximarse el vencimiento del contrato expresó su intención de continuar con el usufructo de las tierras. El propietario le recordó que había un compromiso de obligatorio cumplimiento. El inquilino inició una serie de acciones tramposas tendientes a quedarse por más tiempo. Este gesto inesperado, aunque presentido, fue la causa de un pleito que tuvo desgraciado final. Esta es la fábula del empresario que tomó en alquiler, por cinco años, una propiedad para trabajarla. El negocio le fue tan bien que al aproximarse el vencimiento del contrato expresó su intención de continuar con el usufructo de las tierras. El propietario le recordó que había un compromiso de obligatorio cumplimiento. El inquilino inició una serie de acciones tramposas tendientes a quedarse por más tiempo. Este gesto inesperado, aunque presentido, fue la causa de un pleito que tuvo desgraciado final.

Cargando...

La fábula es un género literario cuyos personajes pueden ser hombres, mujeres, animales o seres inanimados. Su propósito es didáctico. Finaliza con una moraleja o enseñanza moral. Viene de la antigüedad. Su presencia en Occidente se debe al griego Esopo (s.VI a. de C.) que le ha dado forma definitiva a una manera de contar historias que resaltan la conducta, generalmente ridícula, de los seres humanos.

Prosiguiendo con mi modesta fábula, diré que el propietario de las tierras no podía prorrogar el contrato: Tenía compromiso con otros interesados, pero el inquilino nada quería saber. A la espera de convencer al dueño, le invita a un diálogo:

-Quiero que sepa –comienza el inquilino– que tengo el deseo de continuar explotando sus tierras por otros cinco años. El proyecto es de entera conveniencia para la comunidad. Muchas personas viven gracias a mis esfuerzos.

-Los próximos arrendatarios harán lo mismo. Las tierras no quedarán ociosas. Los mismos u otros trabajadores, de la misma comunidad...

-Seguramente, pero nadie les dará el bienestar económico que yo les doy. Vea usted las ventajas de las que hoy disfrutan. Esto era una tapera, pero con mis emprendimientos...

-No se trata de eso. Hay un contrato que está por vencer. Y los contratos se cumplen o vienen los problemas.

-Yo no quiero problemas, al contrario. Justamente con este diálogo busco la solución, la única posible.

-Que usted se vaya.

-No, quedarme.

El dueño advirtió que por la vía de la conversación nada conseguiría. Le dejó al inquilino haciéndole saber sus molestias por tan descabellada decisión, de imposible cumplimiento legal. Acudiría al juez para hacer valer sus derechos. En el contrato está claramente expresado el tiempo del usufructo.

El inquilino, al encontrarse ante la fuerte oposición del propietario, reunió a algunos vecinos para obtener el apoyo a sus reclamos. Tales vecinos se mostraron poco entusiasmados. Para vencer la apatía, o la indiferencia, acudió al método infalible para animarlos: les regaló cositas para comer y beber. Además, les asustó con la idea de que sin su presencia muchos quedarían sin trabajo.

Otros vecinos, al comprender las razones del propietario, le apoyaron en su legítima aspiración. Ante la resistencia, el inquilino ideó una frase que cayó como salvadora entre sus simpatizantes: “Que la gente decida”. Esta propuesta ganó adeptos y se la flameó como una bandera de patriótica y democrática lucha. “Que la gente decida”, repetían los admiradores del inquilino.

El propietario no entendía de qué se trataba. “Yo tengo un contrato firmado con el arrendatario –decía– y nadie puede decidir sobre su cumplimiento”. Fue entonces cuando acudió al juez a quien encontró, en su despacho, en amable conversación con el inquilino. De todos modos, presentó su queja la que muy pronto le fue rechazada.

Mientras tanto, el inquilino compraba a más gente para que se manifestaran en su apoyo. También el propietario tenía vecinos que le rodeaban.

“Solo por cinco años más”, insistió el inquilino al propietario el cual le respondió que le había perdido la confianza porque si ahora consiguiese, por el medio que fuere, quedarse cinco años más, nada le aseguraba que al cabo de los cuales no pretenderá otro tiempo igual.

-Lo único que quiero –insistió el propietario– es el cumplimiento del contrato.

-Entonces que decida la gente –repitió el inquilino–.

La división en el pueblo se mudó a otras localidades vecinas, a las que pronto se sumaron las lejanas hasta abarcar todo el país. Ya nadie le escuchó a nadie. Se silenciaron las palabras, reemplazadas por las balas.

Moraleja: La codicia desmedida y los métodos torcidos para alcanzarla son la fuente segura de violencia.

En fin, felices pascuas.

alcibiades@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...