La fórmula del Paraguay

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En nuestro país hemos venido repitiendo a lo largo de los años una fórmula, que ha resultado infalible, que lo ha posicionado en un nivel paupérrimo en varios aspectos, algunos de los más relevantes: transparencia gubernamental, seguridad jurídica y desarrollo económico y social.

Esta fórmula ha marcado el rumbo del Paraguay y sigue haciéndolo hasta hoy. Para corroborar esto, solo haría falta remitirse a las encuestas y estudios internacionales que lo sitúan como uno de los países con mayor grado de corrupción, mayor descrédito del sistema de justicia y de la clase política, y un no despreciable grado de desigualdad socioeconómica.

Son varias las interrogantes que se presentan ante esta fórmula. La primera interrogante sería: ¿Cuáles son sus componentes?

La fórmula presenta tres componentes o elementos esenciales: corrupción, impunidad y sumisión del pueblo.

Sin duda, la corrupción imperante ab initio, solo en el sector público, permea y se extiende desde las cabezas de las instituciones públicas hasta el funcionario de menor rango y responsabilidad, y las empresas privadas que actúan en complicidad. La corrupción en Paraguay ha sido daltónica y no discrimina status o categorías sociales o económicas.

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El segundo elemento, la impunidad, presenta como contracara la represión implacable de los más desvalidos. En nuestro país sigue imperando un sistema de justicia condescendiente con las personas de mayores recursos económicos, y rígido, con las personas de escasos recursos. Dura lex sed lex, solo para los débiles. Los altos costos que implican los “trámites de justicia” y los honorarios de los abogados, representan una valla insoslayable para el acceso a la justicia, en condiciones de igualdad.

El tercer elemento, que ha ocupado el título de este ensayo, es aquel que ha estado presente en el ADN de nuestro pueblo, desde larga data, aquel que ha sido incluso tema central de escritos y letras como la obra de Helio Vera, escritor paraguayo, que hablara ya del hueso perdido de la columna vertebral del paraguayo. Este elemento no es más que la sumisión del pueblo, el conformismo con la arbitrariedad y el abuso del poder, que tantas veces ha propiciado la victoria de situaciones irregulares con un ropaje de normalidad espeluznante, como: fraudes electorales, desfalcos públicos, migraciones masivas y nepotismo, por citar solamente algunas.

La conjunción de los tres elementos ha generado consecuencias nefastas en diversos aspectos de nuestro país, y las sigue generando; sostiene el statu quo que nos condena una y otra vez a ser un país en vías de desarrollo y no el país desarrollado, que a lo largo de la historia, los ciudadanos paraguayos han buscado a través de la confianza depositada en el voto.

Se presentan además otras interrogantes relativas a los componentes de la fórmula. ¿Cuántos ciudadanos paraguayos creen hoy en una clase política transparente y eficiente? ¿Cuántos ciudadanos paraguayos creen hoy en una justicia imparcial y objetiva? ¿Cuántos ciudadanos paraguayos creen hoy que sus voces pueden revertir las irregularidades cometidas por sus autoridades y reivindicar sus derechos? Las respuestas seguramente serán desoladoras, pues esta fórmula se ha sostenido tan firme en el tiempo, que ha causado un escepticismo generalizado y altamente nocivo para el proceso de eliminación de la misma.

La lucha contra el primer elemento, la corrupción, requiere además de una campaña educativa disuasiva, fuerte y dirigida, una purga gradual de funcionarios públicos y actores privados que sin duda restará fuerzas a la mayoría de las instituciones, sin dejar de considerar la necesidad de innovar con una política seria de justicia y equidad salarial, que no se reduzca a la adopción de una matriz rígida, basada en la voluntad arbitraria de asignación de recursos.

La lucha contra la impunidad, requiere además del cambio de personas, el cambio del sistema de justicia; requiere la adopción de medidas profundas que se traduzcan en la aplicación objetiva e imparcial del derecho positivo nacional, sin distinción de clases sociales o status económicos. Un Ministerio Público que ejerza la acción penal pública con eficiencia y objetividad, no genuflexo ante el poder político ni económico, es un requerimiento altamente necesario y estratégico para el proceso de eliminación de este elemento.

El tercer elemento: la sumisión del pueblo requiere ser combatida con la concienciación sobre su importancia y poder real. Los medios de comunicación constituyen una pieza clave para este proceso, ya que a través de la prensa escrita, radial, televisiva, y redes sociales, las voces acalladas de los ciudadanos salen de la obscuridad, se desprenden del silencio cómplice, y se convierten en reivindicación y defensa de sus derechos, se vuelven verdad y lucha.

El desafío que se presenta prima facie es atacar la fórmula en su totalidad, para lograr sentar las bases de un país serio y desarrollado, entendiendo el desarrollo en sus aspectos: económico y social; eliminar los tres elementos de la nefasta receta. Si bien el camino aún se presenta plagado de obstáculos, hay algunos destellos de esperanza.

Esas voces que hace solo una semana se alzaron contra el otorgamiento de asignaciones abultadas en instituciones públicas, muestran que el tercer elemento persiste pero ya presenta debilidades, flaquezas que deben ser aprovechadas con la mejor cura, el mejor antídoto contra la sumisión del pueblo: la manifestación ciudadana, esa manifestación crítica y persistente, que hasta ahora mantiene a un considerable grupo de estudiantes paraguayos, reclamando sus derechos ante un sistema de gestión universitaria inequitativa.

Esas voces ciudadanas han encendido una llama que debe permanecer encendida, una luz que no puede dejar de brillar, porque no traducen reclamos ais- lados y dispersos, sino que significan la destrucción paulatina del tercer elemento de la fórmula del subdesarrollo de nuestro país; significan el inicio del fin de la sumisión del pueblo, ante la arbitrariedad y atropello de sus derechos. Mientras la corrupción y la impunidad dejan al pueblo impotente y alicaído, su voz se erige en una fuerza abrumadora, capaz de sobreponerse no solo al tercer elemento, sino a la formula toda, y destruirla.

La manifestación del pueblo es un arma genuina y vital, a la que, en todo momento, debemos apostar.

(*) Exministra de Justicia.