La guerra española

Lo del pasado domingo en Cataluña, identificado como el 1-O, es un capítulo más de la guerra incruenta pero permanente que tiene lugar en esa parte de la península Ibérica que constituye hoy el Reino de España. Se trata del agravamiento de una confrontación que, en cuanto a violencia, había amainado un poco con la rendición de ETA, pero que ahora recrudece, y con mucha fuerza, en otras costas.

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Todo hace pensar en un empeoramiento de la situación y, mientras tanto, vascos, gallegos, valencianos y navarros esperan agazapados.

Como en toda guerra, la primera víctima es la verdad, y eso es lo que está pasando: cada uno dice los suyo, resalta lo que le conviene e ignora lo que no. Los catalanes dicen que hubo casi 900 heridos y el Gobierno español –el legítimo, el que preside Mariano Rajoy, porque por ahora no hay otro– dice que los hospitalizados son solo 4 (menuda diferencia). Magullados, sin dudas, debe haber muchísimos más. Todo el mundo vio cómo se reprimió. Voceros del PP (del Gobierno) dicen que hubo 33 gendarmes lastimados, que los debe haber habido, porque además de la resistencia pacífica (que tiene su cuota parte de provocación) hubo de la otra y también se vio. Como que se mostró menos, pero se vio.

La brutalidad policial fue tremenda. Ha sido grave, perjudicó al Gobierno y favoreció, en cuanto a víctimas, a los catalanes. Pero en ese campo hubo hechos tan o más graves para la paz, la convivencia y para el orden legal y la vigencia del estado de derecho, como lo fue la desobediencia de la policía catalana de las órdenes de los tribunales de justicia de toda España y hasta de la propia Cataluña. Si uno se detiene a pensar en ese hecho, no puede llegar a otra conclusión que no sea que después de ello viene el diluvio, el caos.

Cada uno dijo lo que quiso. Se habló del sagrado derecho a votar y contra Rajoy. Pero lo que efectivamente estaba en juego era la separación por decisión unilateral de una parte del reino por una vía inconstitucional, que no solo violentaba la máxima norma sino que constituía un desacato de expresos dictámenes de la justicia.

Las constituciones también son votadas: se vota una Constituyente para que las elabore o se encarga de ello una asamblea legislativa cuyos miembros fueron votados, y finalmente son aprobadas en un referéndum popular. Por todo eso deben ser respetadas y no es cuestión de que, porque a un grupo o a una parte del territorio se le ocurra separarse o no acatar determinadas leyes, lo puedan decidir así, por su única voluntad, votando o como sea. El problema no pasa por si Rajoy gusta o no o porque en Barcelona se habla catalán. Es más complejo, sin dudas. Y de difícil salida.

La propia votación fue un desastre, sin ningún tipo de garantías ni de verificación, todo un sainete que si no tuvo más resalte fue por la competencia de la represión de la guardia civil. El resultado que maneja el gobierno catalán no dice nada: en realidad votaron poco más del 40% y no todos por el sí, lo que confirmaría lo que dicen las encuestas: que el 40% de los catalanes están por la independencia, lo que a su vez significa que la mayoría (60%) está en contra.

Pero en el dilema español de poco vale que dos más dos sumen cuatro. Lo confirman los propios dirigentes políticos: Podemos notoriamente juega al caos y piensa que lo peor es lo mejor. Menos entendible en cambio es lo del PSOE, que no sabe dónde va; Pedro Sánchez, su conductor, sin duda lo llevará a la desaparición. Ciudadanos se limita, que es mucho, a reclamar que simplemente se aplique el artículo 155 de la Constitución Española que faculta al gobierno de Madrid a actuar, incluso hasta suspendiéndole la autonomía y asumiendo el gobierno de Cataluña.

Parece tan claro, pero no pasa así con España. Es desde antes: Antonio Cánovas del Castillo, a fines del siglo XIX, definía que son españoles todos aquellos que no pueden ser otra cosa. Y esa es la cuestión y, peor aún, hoy hay una gran cantidad que quieren ser otra cosa, antes que ser españoles.

Quizás Leonor, la princesa de Asturias, debería ir pensando en alguna otra actividad, porque la de ser Reina no parece estar muy asegurada.

daf@adinet.com.uy

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