La guerra y las fotos

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SALAMANCA. La brutalidad con que irrumpió la guerra islamita (utilizo la palabra consciente de que eso no es el Islam) ha cambiado una serie de parámetros que tienen que ver no solo con la guerra sino también con nuestra vida cotidiana. La primera de ellas: el campo de batalla está en todas partes y, por lo tanto, nos afecta directamente a todos. El tema es largo y complejo. Por eso quiero hacer nada más que una reflexión sobre la forma que este brote de irracionalidad ha afectado incluso a un hecho que nos parecía tan próximo y aceptado como la fotografía de guerra. Ya no se centra el tema en unos pocos fotógrafos que con equipos muy sofisticados se sumergían en los campos de batalla arriesgando la vida en extremo sino incluso muchas veces muriendo mientras hacían su trabajo. Hoy, un transeúnte cualquiera, con su teléfono, puede convertirse en un corresponsal de guerra sin que jamás se le pudiera haber pasado por la cabeza serlo.

Volviendo a ver las fotografías de los atentados de París ocurrido hace exactamente un mes, se puede ver cómo se ha transformado ese concepto. Las imágenes captadas por profesionales y por fotógrafos anónimos no recogieron un campo sembrado de cadáveres, sino las huellas de la tragedia: sillas tiradas en el suelo, impactos de bala en los escaparates, flores, velas encendidas, ciudadanos inconsolables ante la tragedia. Ya no son aquellas imágenes terribles de la batalla del Somme (1 de julio de 1916), durante la Primera Guerra Mundial en la que murieron o resultaron gravemente heridos 60.000 soldados británicos el primer día de batalla; entre ellos 30.000 en la primera media hora de combate. Después de cuatro meses de combate, ambos ejércitos habían sufrido 1.300.000 bajas y la línea inglesa y francesa había avanzado solo siete kilómetros.

Superar dichas cifras es realmente difícil y es deseable que nunca más se repita. Por de pronto, las imágenes que percibimos también son diferentes. Y parciales. En la prensa occidental se ha dado como un pacto silencioso de respetar la intimidad de las víctimas y de sus familiares. Las fotografías del ataque que sufrieron las Torres Gemelas no mostraron nunca a las víctimas que se contaban por miles. Dentro de ese mismo respeto, tiempo más tarde se organizó una exposición de fotografías en el Soho de Nueva York. Ellas eran expuestas en las salas comerciales y no se especificaba el autor. Así, quien compraba alguna podía enterarse luego de que era obra de fotógrafo muy famoso o de un desconocido que disparó su cámara desde una ventana. Todo lo recaudado se destinó a socorrer a los huérfanos que dejó la tragedia.

A raíz de todo cuando está ocurriendo, un corresponsal de guerra, semanas atrás, decía que los medios audiovisuales han progresado de tal manera que es posible que el público vea lo que está sucediendo en una guerra de este lado de la línea y del otro de la línea enemiga. Claro que esto no colabora en nada a terminar con el horror. Las ejecuciones brutales practicadas por los seguidores del ISIS (Estado Islámico por sus siglas en ingles), degollando y decapitando a sus víctimas frente a cámaras televisión, no disminuyen en nada la simpatía de centenares de jóvenes que abandonan a sus familias no solo en Europa sino también en los Estados Unidos para sumarse a esa irracional lucha. Curiosamente, lo que sucede atrás de sus líneas recibe poca o ninguna atención, ya que ese ejército fanatizado no solo dispara contra los ciudadanos franceses que están sentados en los bares, o disparan contra sus propios compañeros de trabajo en California, sino además matan por miles a habitantes de pueblos de su propia región por considerarlos seguidores de cultos paganos. Tal el caso de los yazidíes, al norte de Siria, casi en la frontera con Turquía.

Lastimosamente las imágenes, las fotografías, no han servido para sensibilizar a nadie. Los miles de fotografías de niños sirios que buscan refugio en la Unión Europea huyendo de la guerra solo han servido para que los xenófobos, también fundamentalistas a su manera, se lanzaran a la calle para pedir que se les cierren las puertas. Sí, el estilo ha cambiado, pero la insensibilidad sigue igual.

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jesus.ruiznestosa@gmail.com