La herencia de la justicia

Este artículo tiene 9 años de antigüedad

A pesar de ser un acontecimiento histórico, doloroso pero alentador, el juicio que se llevó a cabo en Argentina sobre el Plan Cóndor, no se reflejó mucho en el espíritu local. La prensa hizo su parte, porque es imposible no referir algo de tal magnitud. Cómo tomarlo es lo que depende no solo de nuestra voluntad sino también de nuestra memoria. Si los cronistas hubieran salido a preguntar por la calle qué pensaban sobre este enjuiciamiento, ¿qué hubiera dicho la mayoría? Probablemente no solo los jóvenes podrían haberlo relacionado a alguna campaña publicitaria de celulares. He hecho una miniencuesta personal y las respuestas, por supuesto considerando las edades, los niveles de educación y conciencia sociopolítica han sido renuentes, esquivas, vacías, indiferentes (incluyendo argentinos residentes).

Muchos hoy, ya entrados en la edad madura, fuimos niños y adolescentes que sintieron muy de cerca este pacto criminal que ha vivido no solo Argentina sino América Latina. Lo que hoy se puede decir a diestra y siniestra sobre la libertad y los derechos humanos: “es mi derecho”, “soy libre de opinar”, se lo debemos a personas que dieron su vida –con aciertos y errores– por lo que creían y querían para todos.

Para los que no lo sepan, el Plan u Operación Cóndor fue un acuerdo macabro para acabar con los opositores a las dictaduras latinoamericanas, con relación y peso directo de los EE. UU. Ocurrió entre los años 1970 y 80. Era el tiempo en que millones de niños latinoamericanos veíamos interrumpidos los programas de televisión infantiles por algún “aviso importante para la ciudadanía: ¿Sres. padres: saben dónde está su hijo en este momento?”, tiempos en que había cosas difíciles de entender, que el tío Juan, la tía María, un hermano, papá o mamá “se hayan ido de viaje” repentinamente. Tiempos en el que aprendíamos forzadamente palabras nuevas: subversivo, rebelde, secuestrado, atentado, represión.

Recuerdo durante una entrevista con una señora mayor ya, bailarina folclórica paraguaya, quien había gozado de las bondades de giras artísticas recorriendo el Paraguay, EE.UU. y Europa; tanto alababa aquellos años que indefectiblemente entramos en la época. Ante mi pregunta de su sentimiento por el dictador, me dijo: “En esa época lo veíamos bueno… pero es que muchos no sabíamos lo que él hacía…”.

En Argentina con este juicio a militares represores, se ha removido la médula de una guerra que aún guarda miles de cadáveres sin nombre. Independientemente de la línea política de turno, los que sufrieron y sobrevivieron no se callan, se pueden encontrar testimonios muy fuertes.

Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy

Este enjuiciamiento histórico a responsables de tantos desaparecidos y asesinados busca justicia por los muertos y por la paz de las próximas generaciones.

“Cállense, que los zurdos también mataban y asesinaban”, es el argumento de galera que algunos sacan a relucir, como si aquí se tratara de ganar o perder en una discusión estéril. Todos perdemos con los extremos. Que no nos paralice el fanatismo; la justicia trasciende cualquier ideología cerrada, mezquina y manipuladora, la justicia debe ser concebida sin partido político.

Nos toca a todos, principalmente los que crecimos en esta época, no olvidar y crear conciencia, rescatar testigos para imitar este juicio en Paraguay, donde los casos están archivados terroríficamente desde hace 20 años.

lperalta@abc.com.py