“En otras palabras, la humanidad está utilizando recursos 1,7 más rápido de lo que los ecosistemas pueden regenerar. Esto equivale a decir que estamos usando 1´7 planetas. Un 60% de esta demanda es nuestra huella de carbono.
Eso significa que en siete meses hemos emitido más carbono del que nuestros océanos y bosques pueden absorber en un año, que hemos pescado más peces, cortado más árboles, recogido más cosechas y consumido más agua de lo que la Tierra puede producir en ese mismo período”.
La explotación, consumo y contaminación que hacemos de la naturaleza son tan voraces que no le damos tiempo a la misma naturaleza a reponerse, y consecuentemente el deterioro es creciente y las condiciones de subsistencia cada vez son más duras y problemáticas. Los hijos y los nietos recibirán un planeta sumamente empobrecido, salvo que urgentemente cambiemos nuestra relación con la naturaleza.
La información de GFN no es derrotista, la institución sigue creyendo en la racionalidad de la humanidad y destaca que en los tres últimos años se ha estancado y no ha crecido la contaminación de CO2. Pero insiste en la necesidad de revertir la voracidad de la humanidad y frenar radicalmente el consumo de combustibles derivados del petróleo para el año 2050, supliendo su energía con otras energías renovables como la electricidad hídrica o eólica.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Ante estas noticias tiene sentido recordar la encíclica “Laudato si” del Papa Francisco, exhortando a la humanidad a promover la “ecología integral”, presentada en su lenguaje sencillo como la apremiante necesidad de “el cuidado de nuestra casa común”, nuestro planeta. Dice Francisco: “Cuando se habla del ‘medio ambiente’ se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Entonces, la naturaleza no es algo separado de nosotros o un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos inter-penetrados” (LS n.139). Devorar la naturaleza no es sólo destruirla irracional e irresponsablemente, es devorar las posibilidades de nuestra propia existencia. ¿A quienes afectará? A todos y especialmente a los más débiles, a los niños, a los pobres y a los ancianos.
La naturaleza está enferma por la patología de nuestras violencias. La violencia humana crece a niveles nunca imaginados con una terrible creatividad destructora, hasta el punto de invertir sabiduría científica e incontables millones de dólares en construir armas que no sólo matan personas (presuntos enemigos e inocentes) sino que aniquilan la vida en todas sus dimensiones. El incalificable espectáculo de las amenazas apocalípticas de guerra nuclear de Norcorea revela hasta qué grado superlativo de locura pueden llevarnos las ideologías radicalizadas y las luchas demenciales por el poder.
La simbiosis entre los seres humanos y la naturaleza, incluso entre los seres humanos y el cosmos, es total. Seamos o no conscientes formamos una unidad. Lo que la mística budista vio seis siglos antes de Cristo, lo vieron también San Pablo, San Francisco y otros místicos cristianos, sufíes, etc... y lo afirman budistas y científicos en debates de alto vuelo como los sostenidos con el Dalai Lama (“El universo en un átomo”, 2005) o científicos inspirados como Teilhard de Chardin.
La extensión, profundidad y gravedad del problema ecológico, por supuesto requiere una re-educación cultural, ética, económica, social y científica de todos, también de los adultos, pero urgentemente exige nuevas políticas de Estado que ordenen jurídicamente el comportamiento de toda la ciudadanía y de las instituciones y empresas municipales y del Estado.
jmonterotirado@gmail.com