La ira del profesor

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Como es cada vez más común, merced a las redes, se han presentado pruebas para escrachar a una persona. Esta vez le tocó el turno a un profesor, quien, salido de sus casillas, arremetió verbalmente contra un alumno.

Los enfrentamientos con profesores suceden desde siempre, quién no ha pasado un mal momento y lo ha superado para mejor. Antiguamente se trataba en el lugar donde ocurrió y con las personas directamente involucradas.

No conozco al profesor Diego Florentín, pero he leído comentarios a su favor, los cuales, más allá de meramente contradecir a los que lo condenaban, rescataron que es un buen profesional.

Sin dudas, será imposible frenar hoy, salvo que apuntemos a la inteligencia, más filmaciones y publicaciones en las redes sociales de lo que a algunos les parezca llamativo, los impacte, quieran divulgar por chisme o conseguir algún fin personal, como ya ha ocurrido tantas veces.

Finalmente el profesor Florentín dio una disculpa a través de un video para cerrar el tema y continuar el viaje de la vida. Esta vida tan especial que nos toca a todos, regida por la tecnología y los reportes populares que pueden hacer tanto bien como mal.

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No obstante, ya que se hizo público, el caso sirve para plantearnos la situación y sacar lo bueno.

Como exestudiante de la Facultad de Filosofía, recordé un caso también de enojo, esta vez de parte del profesor Rolando Natalizia. Vean cómo lo resolvió. Un día llegó visiblemente molesto por nuestros pobres resultados en el examen. Puso las hojas sobre el escritorio, se sentó y se quedó silencioso un largo minuto (con esa media sonrisa tan especial que tenía). Luego, dijo que había leído todos los exámenes pero no sabía qué nota ponernos. Leyó el apellido de la primera hoja de examen, llamó al alumno y le preguntó: “Dígame, ¿qué nota cree que merece su examen?”. El compañero, confundido, contestó: “No sé, profesor, póngala usted”. Así tuvo que asumir un aplastante 2. El siguiente, tampoco supo qué contestar, y el profesor volvió a calificar como le parecía. Fuimos pasando hasta que alguien se atrevió a decirle: “Yo creo que mi examen vale un 4”. Y sin dudar, le puso un 4.

Más allá del momento desconcertante, la metodología fue genial porque con el tiempo entendimos que aquel profesor estaba tan decepcionado por la falta de compromiso y estudio de sus alumnos que soltó el tema. Nos reímos y festejamos las buenas notas quizás no merecidas. Pero con los años (hablo por mí y creo que otros compañeros también), suelo recordar mentalmente este momento, cuando algunas situaciones se vuelven insalvables y no vale la pena pelear ni ofuscarse. Los grandes profesores permanecen en la vivencia y son aquellos que están por encima de las dificultades, hoy incluyamos al estrés laboral y la forma confrontadora de ser de muchos jóvenes. En el docente han de primar la altura, el respeto, la sabiduría, la paciencia. Y los alumnos deben crecer. No es buena idea filmar cualquier inconveniente y pedir auxilio, como si no se pudiera solucionar entre las partes; extralimitarse no es defender el derecho sino facilitar el victimismo y, mucho, la injusticia.

lperalta@abc.com.py