La libertad de prensa

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En el ejercicio responsable del periodismo no existe una prensa complaciente con el Poder, al que todo le perdona. Tampoco una prensa que calla las buenas noticias solo porque se generan desde el Gobierno. Usar lente para ver todo color de rosa, o todo negro, solo ayuda a construir una ciudadanía debilitada por la parcialidad.

Lo que sucede es que la crítica desata en las personas que la recibe una respuesta violenta. Así estén en el poder político o empresarial. Y usan este poder de distinta manera para expresar su enojo. Lo más común es el despido del funcionario o el empleado. Este procedimiento, llevado al interior de los medios de comunicación, tiene un efecto devastador en la libertad de prensa y de expresión porque instala el miedo entre los que se quedan.

La sumisión contradice la libertad, crea el fundamentalismo, la ceguera. Impide ver la viga en el ojo propio. Los actos más abusivos y las ideas más desatinadas encuentran refugio en ese periodismo que, en el ejercicio de su derecho a optar por una ideología, renuncia a su independencia. En esta situación acomoda los hechos a sus intereses: desinforma o subinforma. Estos casos hacen que se difunda la idea negativa acerca de la prensa como la famosa crítica del filósofo danés, Kierkegaard, en 1848: “Dios Todopoderoso lo sabe: la sed de sangre le es ajena a mi espíritu, y me obsesiona en grado máximo la idea de tener que rendir cuentas ante Dios. Y, sin embargo, de buen grado asumiría en nombre de Dios la responsabilidad de ordenar “¡Fuego!” siempre y cuando previamente hubiera comprobado escrupulosamente que los cañones de los fusiles no apuntaban a ningún ser humano, a ningún ser en general, excepto a los periodistas”.

En atención al servicio social de la prensa, todas las Constituciones democráticas la resguardan del autoritarismo. Y este resguardo no es para que el propietario de un medio sea el administrador de la libertad de expresión. El único propietario de esta libertad es el pueblo. Y esta libertad supone pluralidad de información y opinión.

Un medio tiene, por mandato ético y constitucional, el deber de acercar a la ciudadanía todas las informaciones y opiniones de interés público. Desde esta perspectiva es intolerable reprimir a quien ha hecho del periodismo el ejercicio profesional de la libertad de expresión. Y ese ejercicio legítimo le obliga a opinar, criticar, comentar todo cuanto le parece que necesita ser difundido sin miedo al despido.

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No es que la patronal no pueda prescindir de los servicios de un periodista. Claro que puede hacerlo con causas debidamente justificadas. Y entre las posibles causas no está, ni ha de estar nunca, la opinión del periodista contraria a la sostenida por la empresa. Esto es así porque se rompería la pluralidad de opinión, signo luminoso de la democracia. Sin controversias el mundo seguiría como en sus inicios.

No hay por qué temer al disenso. Discutir, debatir libremente, sin miedo al castigo, es señal de madurez. Podría, desde luego, no gustar algunas críticas, pero la libertad de expresión no es decir todo lo que a uno se le ocurre sino escuchar a los demás, aunque duela.

Las veces que se despide a un periodista por sus opiniones la libertad se encoge. No hagamos que se encoja tanto que, al final, la perdamos totalmente.

alcibiades@abc.com.py