La medalla “Atila”

SALAMANCA (España). Muchos años atrás, el arquitecto Ramón Gutiérrez, profesor en la Universidad de Corrientes y autor de un libro canónico sobre la arquitectura de Asunción, propuso la creación de la medalla “Atila” para entregársela a un director de Turismo local cuyo interés en la “restauración” de las Ruinas Jesuíticas amenazaba con su destrucción total. La medalla honraría su espíritu depredador. La fuente de inspiración era aquel rey huno que, al decir de la leyenda, “la hierba no crecía donde ponía la pata su caballo”.

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Pienso que hemos llegado a un punto en que sería apropiado revivir la idea y rescatar aquella medalla para entregársela al actual intendente de Asunción, Mario Ferreiro. Creo que a excepción hecha del interesado y sus cercanos allegados, no haya nadie que se oponga a tamaña distinción ya que sus “obras”, en beneficio de la ciudad, saltan a la vista por todas partes.

De todas esas acciones la que ha puesto la guinda en lo alto del postre, es la reciente inauguración de las casillas de la avenida Quinta, cumbre del esperpento ciudadano y también cumbre de la soberbia de quien tiene poder y que poco o nada le interesa lo que piensa la ciudadanía negándose a reconocer que ha cometido un error, dar marcha atrás, pedir disculpas y a otra cosa.

Un arquitecto amigo mío decía que el problema de Asunción no es lo que se quita sino lo que se pone. Esto vale para la empresa Magomec SRL que durante más de un año trabajó en la remodelación de la Avenida Quinta sin que nunca se hubiera dicho cuál era la necesidad de esa remodelación si así como estaba cumplía acabadamente con su función: una calzada amplia para soportar con fluidez el tráfico denso que tiene a toda hora, y unas aceras y un paseo central amplios para que la gente del barrio pudiera circular o pasear sin grandes inconvenientes.

Todo era demasiado perfecto para resistirse a la tentación de clavarle los dientes a un sitio que le era tan grato a la ciudadanía. Así surgió la idea de levantar unas casetas, aborto de la arquitectura, para regularizar lo que nunca se tendría que haber regularizado: los vendedores callejeros ambulantes. Y esto no es una obra social, sino una desnaturalización de la misma. Fomentando la informalidad nunca se llegará a lo que casi todos –los intendentes quedan excluidos de esta ambición– deseamos: el ordenamiento de la vida en la ciudad.

El presupuesto original era de 2.384 millones de guaraníes que sufrió un sustancial aumento ante el aluvión de críticas que recibió el proyecto: otros 404.522.600 guaraníes. Con esto casi llegamos a 2.800 millones derrochados. Los responsables no entendieron nada. Las críticas de arquitectos y vecinos eran porque las casillas eran feas y no las querían de ninguna manera: ni lindas ni feas. No querían ninguna. Pero como se dice más arriba, la soberbia y la altanería pueden más que cualquier raciocinio. Y allí están. Pronto, aquel paseo que era utilizado por todos los vecinos se convertirá en un mercado persa, con sus desbordes de mercaderías y otros puestos fuera de las famosas casillas acompañados de la consabida inseguridad y ya nadie querrá aprovechar aquel espacio abierto y libre. Entonces veremos quién es el macho que vaya y las quite. Ni siquiera el propio “Atila”. jesus.ruiznestosa@gmail.com

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