La misma piedra

No recuerdo cómo es el dicho pero la idea ronda en torno a aquellos pueblos que no aprenden de su historia están condenados a tropezar una y otra vez con la misma piedra. He insistido muchas veces en este tema y creo que no han sido suficientes porque se me presentó de nuevo el tema al ver: “La clase de esgrima” (Klaus Härö, 2015). Aunque el director es de origen finés la cosa no varía mucho en una región donde diferentes pueblos y civilizaciones pasaron de este a oeste y de sur a norte y viceversa cambiando una y otra vez el mapa de la región.

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El episodio transcurre terminada la Segunda Guerra Mundial y en un país, Estonia, anexado por la Unión Soviética gobernada por Jósif Stalin. En medio de sus delirios de limpiar el gigantesco imperio que dominaba de elementos que consideraba molestos, inició, entre otras cosas, una persecución despiadada en contra de los estonios que habían sido reclutados por el ejército nazi durante sus años de ocupación. Esta es la historia de un joven estonio que, perseguido por los servicios de seguridad del gobierno de Moscú, no puede ocultar haber sido miembro del ejército nazi del cual había desertado con otros amigos escondiéndose en los bosques que cubren más de la mitad del territorio estonio. En aquellas purgas, más de 40.000 estonios fueron enviados a Siberia y de ellos regresaron menos de la mitad. Todos los demás murieron de hambre, de frío, de enfermedades producidas por los trabajos forzados.

Estonia es un país muy pequeño, de solo 45.000 kilómetros cuadrados (Paraguay está por los 400.000 aproximadamente) y tiene en la actualidad nada más que 1.300.000 habitantes, es miembro de la Unión Europea y aspira, juntamente con Letonia y Lituania convertirse en países miembros de las naciones bálticas. Todos estos datos no los menciono para llenar espacio sino para dar una idea de lo que es capaz de una nación pequeña, pequeñísima, insertada en el norte de Europa entre Rusia, el golfo de Finlandia y el mar Báltico, con temperaturas en invierno que pueden llegar a los cuarenta bajo cero.

Estonia encara su futuro pero mira a su pasado para poder entender lo que ha sucedido, para buscarle una explicación y adquirir, de una vez por todas, una personalidad clara y bien definida después de haber pasado de mano en mano de Rusia, Polonia, Suecia, Finlandia, Alemania, ¡y hasta fue comprada por la orden de los Caballeros Teutónicos!, un ejército deshumanizado y cruel que arrasaba poblaciones de Rusia como castigo por no reconocer la autoridad del Pontífice de Roma.

Sabiendo muy bien que las comparaciones son odiosas, no puedo menos que hacerlo. Hemos vivido una época dictatorial que duró, por parte baja, cincuenta años y me salto lo que antecedió a la Revolución del 47 aunque haya mucho que decir al respecto. Pero he decidido centrarme en la época que me tocó vivir. La dictadura fue derrocada en 1989 y desde entonces nadie se ha detenido a hablar de ella. Que yo sepa hay estudios eruditos que circulan nada más que en pequeñísimos y cerrados círculos con lo que la gente de la calle no se entera.

Es la gente de la calle la que debe encontrar respuesta a muchas preguntas: ¿por qué se dio un gobierno dictatorial tan largo? ¿Qué fue lo que permitió que un hombre pudiera decidir sobre nuestras vidas, nuestros gustos, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestras expresiones? ¿Por qué todo dependía de una sola voluntad, incluso hasta la administración de la justicia? ¿Por qué la corrupción de los poderosos no estaba mal vista y, por lo tanto, no se castigaba? ¿Por qué el manejo del país se repartía entre clanes familiares? ¿Por qué los negocios sucios se manejaban como legales y controlados por los (en realidad “el”) gobernantes? Me quedan en el tintero muchas otras preguntas pero el espacio se me acaba, aunque antes quiero preguntar si no se dan cuenta que todas esas preguntas podemos hacerlas no solo sobre nuestro pasado sino también sobre nuestro presente. ¿No estamos, acaso, pateando siempre la misma piedra?

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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