La palabra empeñada

“La maldición de la alcaldía rumbo a la presidencia” es una frase conocida en Perú debido a que muchos políticos lograron el éxito electoral para la alcaldía de Lima, pero fracasaron a la hora de postularse a la presidencia de la República. No obstante, hay en la historia de Perú exalcaldes que fueron elegidos luego presidentes.

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En nuestro país se presenta una situación en la que el intendente de Asunción, Mario Ferreiro, cuenta con la preferencia virtual del electorado nacional para ser elegido presidente de la República en 2018.

Antes, Carlos Filizzola, primer intendente de Asunción, luego de la caída de la dictadura se postuló a Vicepresidente, pero fue derrotado al igual que el exintendente Enrique Riera en la interna de su partido (Colorado) como candidato a presidente.

El caso de Perú justifica la frase inicial ya que se vienen repitiendo los casos desde 1896 con Antero Aspillaga, alcalde de Lima que se candidató en 1912 y 1918 a la presidencia y perdió. Luis Bedoya Reyes fue dos veces alcalde y perdió en dos oportunidades también para presidente en la década del 80; Alfonso Barrantes, primer alcalde marxista en 1983, perdió las elecciones presidenciales de 1985; Ricardo Belmont, alcalde en 1989 y en 1996 perdió en las presidenciales al igual que Alberto Andrade Carmona, dos veces alcalde, pero perdió las presidenciales en 2000.

Esta mala experiencia peruana asusta a algunos políticos a la hora de definir su futuro desde una victoria municipal, ya que nadie quiere ser alcanzado por ninguna “maldición”, aún cuando no fuere creyente. No digo que se le haya contagiado a Mario Ferreiro, pero me llamó la atención que haya dicho no a la probable candidatura presidencial justo cuando tenía a mano las encuestas con amplia ventaja a su favor.

En el constante y repetitivo diagnóstico que se realiza de nuestro “atraso político”, para que la sociedad civil pueda sentirse bien representada y la clase política prestigiada, surge como una constante la carencia de liderazgo confiable.

Faltan líderes auténticos, responsables, honestos y nuevos en la política paraguaya, no solo por el desgaste y desprestigio de los actuales, sino porque los buenos que pueden desempeñarse como tales prefieren mantenerse alejados de la política, por el fangoso y putrefacto terreno de la corrupción.

Veo que algunas personas conceden exagerada importancia a la necesidad de que los políticos cumplan con sus promesas y opinan de esa forma frente a la posibilidad de que Mario Ferreiro la incumpla abandonando la intendencia para probar la presidencia.

Lo importante, creo, es que en la democracia no hay lugar para improvisar, y en este caso tiene la forma de corregirse volviendo a una nueva consulta popular. Si Mario opta por la candidatura presidencial, se elige otro intendente y punto. Hay un objetivo superior de por medio que ni la Constitución ni la democracia se atreven a impedir.

Las promesas no son programas de gobierno cuyo incumplimiento sí es relevante; además ya es tiempo –con casi 30 años de ejercicio de libertad y democracia– de que la gente deje de votar promesas y lo haga por planes de trabajo y el compromiso que inspiran los candidatos, no con el plazo, sino con los principios rectores de la política.

Puede ser levemente dudoso que Ferreiro o cualquier otro aspirante no cumpla su palabra de ser mandatario por determinado tiempo, pero el compromiso de tipo calendario queda pálido frente a la alta misión de la política, como por ejemplo la posibilidad de ofrecer un gobierno dedicado a satisfacer el interés general antes que el particular, con una concepción dignificadora de la persona y los derechos humanos, además del esfuerzo real y no retórico por legitimar moralmente el sistema democrático frente a la ola de corrupción que sacude no solamente a nuestro país sino a prácticamente toda la élite política del continente. Es una búsqueda, ¿por qué trabarla?

ebritez@abc.com.py

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