La rapiñata

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El vocablo “gratis”, según mi pequeño diccionario práctico Larousse, señala que significa: sin pagar y sin cobrar. La expresión tiene igualmente la equivalencia de “gratuito”, es decir, que “sin pagar y sin cobrar” vale lo mismo.

Creo que no debe haber otro país como el Paraguay en donde se imponga la gratuidad de las cosas. Siempre se procura que todo sea gratis en este país. Se sobrevive del mangazo desde que fuimos un estado soberano y somos aun más soberanos por los fondos que hasta los futuros ciudadanos y nuestros nietos tendrán que seguir pagando.

Muy pocas actividades y hechos llaman la atención del pila, pero si tienen el cartel de “gratis”, forma fila hasta para que le hagan un enema. La gratuidad para ver los encuentros televisados del torneo Centenario de los EE.UU. también salió al tapete y, de costar varios millones, la afición tiene en estos días la posibilidad de observar y enojarse con nuestra selección sin pagar absolutamente nada.

Lo que no se quiere entender es que nada en este mundo es gratis. De alguna manera se paga y muchas veces más que el costo normal. Las atenciones en los hospitales públicos dicen que es gratis, nada más lejos de la verdad. El pago de las consultas, los análisis de laboratorios y los medicamentos –cuando hay– salen del Presupuesto General de Gastos de la Nación. Ahí entran a competir las mejores licitaciones y los otros y la puja siempre gana la oferta que tenga el mejor padrino, como ocurre desde hace años.

¿Qué las vacunas antigripales son gratis? Se gastan millones tratando de llegar a la población susceptible y aun así la gente prefiere evitar el pinchazo en espera de caer gravemente enfermo para protestar después por la falta de terapia intensiva.

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La electricidad conseguida mediante conexiones clandestinas es gratis para el ladrón de la energía y costoso para el Estado y los usuarios que pagan. Igual ocurre con el agua que se pierde o no se consume. La entrada libre que siempre se divulga para algún evento significa que terminaremos comprando el producto publicitado.

La reparación de las calles, aunque no paguemos en el momento, nos costará siempre algo. La merienda escolar que se desperdicia en la región central sale de la plata del pueblo aunque quienes la consumen sientan que es otra limosna estatal por la manera que se entrega y la escasa calidad que tiene esa merienda.

La ficticia asistencia a los campesinos productores le cuesta al Gobierno mucho dinero que siempre suena a campaña proselitista que debe pagarse con nuestros impuestos. El Ministerio de Agricultura viene entregando pollitos que llegan muertos a las chacras y así lo gratis se paga doble. La función del MAG es transferir conocimiento y capacitación a los productores. El servicio de Extensión Agrícola tiene que ser la infantería del MAG, pero hasta hace poco había 120 funcionarios de campo y casi 1.900 funcionarios de oficina.

Hace poco, en el norte, el mandamás del MAG fue a entregar palas y machetes a los agricultores norteños y si un agricultor no tiene esas elementales herramientas marca dos cosas: el productor se encuentra en la extrema pobreza o que el gesto equivale a una afrenta para el campesino entregarle estos básicos utensilios que ni sirven para una labranza. La gente norteña abandonó el sitio y por la aparente gratuidad de estas herramientas se sabe que el pueblo sale pagando sobrefacturaciones.

Lo que el MAG debe hacer es conceder capacitación a la gente y dejar de entregar subsidios, condonaciones, regalías varias y la piñata llena y dirigida a correligionarios de pollitos, semillas, palas, machetes, vacunas. Lo gratis paga Juan Pueblo y es lo que más caro sale. Ya es hora que la piñata esté cargada de capacitación para el sector campesino y no de rapiñata para los mandamases de turno...

caio.scavone@abc.com.py