La trama nicaragüense

No es fácil desentrañar la trama nicaragüense. Nunca lo fue. Es como una permanente revolución en familia (Shirley Christian dixit), en la que, cada tanto, del abrazo fraterno se pasa al fratricidio.

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“Nicaragua no es lo mismo que Venezuela ni que Cuba”, me dijo el secretario General de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, un día después que se conociera que el gobierno de Daniel Ortega aceptó que una misión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) observe in situ la cuestión de los DD.HH. en ese país. Esto es, que investigue lo que pasó a partir de la “matanza” de estudiantes del pasado mes de abril.

En eso, en admitir la visita de la CIDH, efectivamente ya hay una diferencia importante con respecto a las dictaduras de Venezuela y de Cuba.

Muchos esperan y otros ansían –y hay quienes empujan y no siempre con tono y argumento respetable– que Almagro asuma una conducta como la que ha seguido con el régimen de Nicolás Maduro.

Pero él sostiene que en Nicaragua existe un clima de negociación, con participación de la OEA y con avances concretos para que las próximas elecciones presidenciales cuenten con todas las garantías. (En buen romance, interpreto, garantizar de que sean libres y limpias). Con ese propósito, los representantes de la OEA mantienen contacto permanente con el gobierno de Ortega y también con la Iglesia, los empresarios y representantes de la oposición.

La salida democrática no pasa porque “se vaya Ortega”, me dijo Almagro. Ni tampoco con lo de abril, me advirtió: “la vida humana cada vez vale menos, aquí y en todas partes”, se lamentó.

Lo que ocurre es que la solución que se maneja es para el 2021 y para muchos eso es demasiado tiempo. Los sucesos de abril alimentan las urgencias y hay quienes sienten o desean que la historia se repita y que caiga Ortega, tal cual como ocurrió hace 40 años con el asesinato del periodista Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, que fue el detonante para la caída de Somoza.

Sin duda, las muertes y la represión desnudaron a un régimen que, aunque más prolijo, está afiliado desde siempre a los Castro y los Chávez. También aquellos en ciertos momentos fueron prolijos y más creíbles. El riesgo de que el “orteguismo” “degenere”; es decir, que siga el “curso normal de aquéllos”, está latente. Puede que la OEA los tuerza y que Ortega y su mujer se den cuenta de que su tiempo se está acabando. Esa es la esperanza. ¿Para qué llegar a lo de Venezuela? 

No es fácil la tarea de Almagro ni de la OEA. Los ánimos están caldeados, y los palos vienen de todos lados. Al régimen se le fue la mano y al matrimonio algunas cosas se les empiezan a escapar de las manos. La CIDH tiene una prueba de fuego: la cuestión es si va a observar “por arribita” o va a escarbar en serio. La CIDH va a ser muy “observada”. Nadie va a quedar conforme, sin duda, pero a la larga la credibilidad se consigue si las cosas son bien hechas, sin trampas ni genuflexiones.

Le pregunté a Almagro, ya de paso, sobre la importancia de la “elección” de Maduro del domingo que viene. “Eso no significa nada de nada” me dijo”. Maduro –me señaló– calculó mal y no consiguió que hubiera candidatos de la oposición”. “Son otras las instancias a cumplir en Venezuela”, indicó.

Acabo de leer un tuiter de Evo Morales que dice que la OEA prepara junto a EEUU una invasión de Venezuela tras estas elecciones, le dije.

Almagro se rio –no se si fue off u on de record– y concluyó: “invasiones de la OEA, eso son lógicas de legitimación de la prehistoria, de los 50 o 60. Ya nadie lo cree o lo toma en serio, salvo algunos del PCU (Partido Comunista Uruguayo) y del MPP (partido del expresidente José Mujica).

daf@adinet.com.uy

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