Lamentable

Nicolás Maduro perdonó al presidente chileno, Sebastián Piñera, por haberse reunido con Henrique Capriles, el líder opositor venezolano que cuestiona las elecciones a raíz de las cuales aquel ocupa la presidencia en Venezuela.

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Dijo Maduro: “Yo salvo al presidente Piñera. Las circunstancias internas lo llevaron a recibir en la cocina de la casa del fascista (el senador chileno Jovino Novoa), a los fascistas venezolanos”.

Le fue mejor que al presidente Juan Manuel Santos, de quien Maduro dijo que “le había dado a Venezuela una puñalada por la espalda”, al tiempo de lanzar la acusación de que en Colombia se tramaba un complot contra su gobierno y clamar “alerta al pueblo, alerta al Estado venezolano frente a la traición abierta de la derecha fascista contra la patria venezolana”. Santos dijo que tenían visiones diferentes con su colega y vecino, que se trataba de un malentendido -¿cuál? ¿recibir a Capriles?- que debía resolverse “civilizadamente” y con “prudencia”.

Pero a Santos, de todas formas, le fue menos mal que al expresidente peruano, Alan García, que se reunió con Capriles en Lima. A García, Maduro lo calificó de ser el “rey de los ladrones”, añadiendo que “Alí Babá y los 40 ladrones huyeron de allá (¿del Perú?) porque (García) los quería robar...”.
Pero peor aún le ha ido al presidente español Mariano Rajoy.

Con motivo del caso del avión de Evo Morales, Maduro se ensañó con el mandatario español y no cuidó palabras: “El día que el presidente Rajoy venga a sobrevolar nuestro espacio aéreo, nosotros podríamos bajarlo y revisarle el avión para ver si trae droga o si trae los euros que se roban del pueblo español”.

Seguramente envalentonado por la callada respuesta española –léase gobierno y oposición-, hace pocas horas Maduro insistió sobre el tópico:

“Ustedes saben que la corrupta clase política que gobierna España, muy corrupta, el señor Rajoy, muy corrupto, es el padrino político y el brazo financiero de la derecha fascista venezolana”. Y por si había dudas acusó al presidente español de integrar “una red de mafiosos y de corruptos que tiene asqueada a España y a Europa entera”.

Vistas estas andanadas, debe estar ufano el presidente de México Enrique Peña Nieto, quien se apresuró a anunciar, por cualquier eventualidad, que no recibiría a Capriles, porque “ha reconocido el gobierno de Maduro”. ¿Y a la otra mitad de los venezolanos, o más si se cuentan bien los votos, no la reconoce?

Lo mismo para el peruano Ollanta Humala, que tampoco lo recibió.

En cuanto a lo de la expresidenta y nuevamente candidata Michelle Bachelet, seguramente obedece más a un caso de afinidades ideológicas. Si coincide con Maduro, ¿por qué va a recibir a Capriles?

Lo del resto, en cambio, es lamentable. Lamentable, triste y descorazonador. Que Santos sea más duro al responder las críticas de Uribe -a quien le debe el cargo- que a los insultos de Maduro. O esa genuflexión de Piñera, de no recibir a Capriles en sede de gobierno. O el feo esquive que hace nada menos que el presidente de México. Y ni qué hablar de la conducta de los españoles: ¿es que tan importantes son los negocios con Venezuela, para soportar tantos insultos?

Pensar que cuando el extinto Chávez llamó a García “ladrón de siete esquinas”, la respuesta del pueblo peruano fue harto elocuente: lo votó como presidente, rechazando al entonces (¿entonces?) “chavista” Humala. Con ese antecedente y más con la obligación contraída como presidente de la Unasur para que en Venezuela se contaran en serio los votos, no debió rehuir el compromiso. Pero si dejó caer y no respaldó a su canciller, Rafael Roncagliolo, tras ser maltratado por Maduro, difícil que recibiera a Capriles. Tal como lo señala con acierto el columnista peruano Mirko Lauer, Humala, para empezar y como mínimo, se ha perdido una oportunidad para “expresar simpatía por todos los participantes de una competencia electoral, algo importante para la democracia”.

Un mínimo pero elocuente gesto negado por todos. Decididamente lamentable.

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